jueves, 18 de octubre de 2012

El colonialismo

Imperialismo y colonialismo

Potencias ambiciosas


Los países europeos, hasta el siglo XVIII regidos por el absolutismo, crearon constituciones y dieron representación política a las fuerzas activas de su población. Italia y Alemania se unificaron, y Estados Unidos e Inglaterra democratizaron sus instituciones. Además, la revolución industrial y tecnológica incrementó su poder económico y militar.

Todas estas condiciones reactivaron la expansión a ultramar, que había sido suspendida tras la emancipación de las colonias inglesas y españolas en América.

Fueron los estados europeos quienes primero extendieron su influencia económica, militar, cultural y política sobre el resto del planeta. Luego, Estados Unidos y Japón se sumaron.

A esta expansión, que comenzó en el siglo XVIII y que duró hasta la I Guerra Mundial, se le llamó imperialismo.

La necesidad de dar salida a los excedentes de la población, de encontrar materias primas y nuevos mercados para sus productos, además de que los modernos medios de comunicación y transporte acortaron las distancias, fueron otros de los factores que determinaron la aparición del imperialismo.

Además, ninguna gran potencia quería quedarse atrás respecto de las otras en el reparto del mundo. También existía un convencimiento casi sagrado de que debían expandir la civilización cristiana occidental al resto del mundo y civilizar a los pueblos primitivos.

Explotación, dependencia y barreras

Las características más importantes del colonialismo, y en cierta medida también del imperialismo, son la explotación económica del territorio conquistado, la dependencia política, imposición de barreras sociales entre colonizadores y población nativa, creación de un sistema ideológico que justifica la situación impuesta y la manifestación de actitudes sicológicas particulares entre colonizadores y colonizados, como, por ejemplo, que en el trato del primero hacia el segundo se da una mezcla de paternalismo, menosprecio y temor. Y el colonizado mira al otro como extraño e inalcanzable, aunque con el tiempo esta visión se transforma en odio y hostilidad.

Inglaterra, Francia y Alemania

Inglaterra

Inglaterra se quedó con el control del océano Índico y el mar Mediterráneo, para mantener libre el paso a la India. Compró la mayoría de las acciones del Canal de Suez y extendió su poder a Egipto. Después de una revuelta en 1882, durante la cual los egipcios dieron muerte a numerosos extranjeros que vivían en el país, Inglaterra desembarcó tropas en la zona y colocó a Egipto bajo su protección. Este, unido a Gibraltar, Malta y Chipre, le dio completo control sobre el Mediterráneo y el Canal de Suez.

Desde el norte de África, los ingleses prosiguieron hacia el sur e incorporaron Sudán, Uganda y Kenia (Zambia) a sus dominios. También avanzaron desde Sudáfrica hacia el norte, inspirados por Cecil Rhodes, uno de los principales defensores del imperialismo británico, quien deseaba crear un gran imperio colonial desde el Cabo de Buena Esperanza hasta el Cairo. Se apropiaron de Bechuanalandia (Botswana) y de Rhodesia (Zimbabwe).

Después de una cruenta guerra (Guerra de los boers, 1899-1902), los británicos vencieron a los boers (criollos de origen holandés), y dominaron las Repúblicas de Transvaal y Orange. Sólo la existencia de la colonia alemana de África Oriental impidió que el sueño de Rhodes se cumpliera.

Francia

Francia quiso levantar un gran imperio colonial en el norte de África, desde Dakar en la costa del océano Atlántico, hasta el Golfo de Aden en la costa del océano Índico. Para eso estableció las dos grandes colonias de África Occidental y África Ecuatorial y la pequeña colonia de Somalia.

Pero su incursión en Sudán fue detenida por Inglaterra, ante quien cedió bajo la amenaza de una guerra. Francia solo pudo quedarse con Túnez y Marruecos como protectorados, agregándolos a Argelia.

Alemania

Tuvo que contentarse con territorios dispersos, como Togo y Camerún en la zona ecuatorial, además de África Sudoccidental alemana (Namibia) y África Oriental alemana (Tanzania).

Inglaterra, Francia y Holanda

Uno de los ejemplos de los roces entre las potencias colonialistas fue Fachoda (en Sudán), donde el comandante francés Marchand (en la imagen) había instalado su destacamento, a pesar de que ese territorio era de dominio inglés.

Inglaterra

El principal objetivo colonialista de Gran Bretaña era India y cuando se consolidó en ese país (la reina Victoria se convirtió en emperatriz de la India en 1877), extendió su poder hacia el este: Birmania (Myanmar), Siam (Tailandia) y Malaca (parte de Malasia) y el oeste con Beluchistán (parte de Irán y Pakistán) y Afganistán.

Inglaterra fundó varios protectorados para resguardar a la India, la cual, gracias al cultivo del algodón, adquirió gran relevancia para la economía británica.

En 1841, Inglaterra se estableció en la isla de Hong Kong, donde, apoyada por otras potencias y a pesar de la resistencia del imperio chino, forzó a este último a abrir sus puertos y fronteras. Los ingleses usaron como pretexto para la guerra la prohibición China de importar opio en 1839 y la destrucción de los almacenes de opio de propiedad británica en Cantón.

Aparte de Inglaterra, los otros países beneficiados fueron Francia, Alemania y Rusia, con concesiones territoriales que les permitieron afianzar sus fuerzas militares y navales. Asimismo, lograron ventajas económicas, construyeron ferrocarriles, comenzaron la explotación del petróleo y otras materias primas y percibieron derechos aduaneros preferenciales.

A pesar de que China se mantuvo como un Estado independiente, en lo económico pasó a depender completamente de las potencias imperialistas.

Francia

Francia se convirtió en un auténtico imperio colonial a partir de la III República, en 1873, cuando desde Cochinchina se apoderó de Vietnam y Laos, fundando la Unión Indochina (Vietnam, Camboya, Laos y parte de Tailandia), en 1887.
Holanda

Holanda también intervino en Asia, apoderándose de las islas de la Sonda (Java, Sumatra, Bali, Timor, entre otras) y de parte del archipiélago malayo.

Asoma Estados Unidos

A fines del siglo XIX este país dejó atrás la doctrina del presidente James Monroe, que se resumía en la frase "América para los americanos", y abandonó su aislamiento.
Después de apoyar con éxito a Cuba en su guerra de independencia de España, en 1898, obtuvo Puerto Rico, Guam, las islas Marianas y las Filipinas. Cuba quedó sometida a una tutoría estadounidense, y entró en un periodo político con frecuente intervención de ese país en el campo económico y militar. En 1893, EE.UU. ya había anexado el archipiélago de Hawaii.

En 1903, luego de reconocer la independencia de Panamá (que se separó de Colombia), Estados Unidos construyó en este país el canal de Panamá, lo que en la práctica significó que se convirtiera en su protectorado. Desde 1901, y al amparo de la idea del panamericanismo, Estados Unidos ha intervenido prácticamente en todos los conflictos ocurridos en América.

Japón se abre al mundo


Japón fue la excepción en Asia, ya que se transformó en una potencia imperialista. Este país se mantuvo alrededor de 200 años casi completamente aislado del resto del mundo, pero en 1853 la amenaza de los cañones del comodoro estadounidense Mathew Perry lo obligó a abrir sus puertos al comercio internacional. En la era Meiji (1868-1912) se realizaron reformas que lo convirtieron en un Estado moderno al estilo occidental, además de una de las primeras potencias del mundo industrializado.

En 1890, Japón pasó a ser una monarquía constitucional y su desarrollo fue a la par con la aparición del nacionalismo y las revueltas sociales. La victoria militar sobre Rusia, en 1905, lo elevó a potencia colonial, con la ocupación de Corea, en 1910.

VISTA PANORÁMICA DEL SIGLO XX

DOCE PERSONAS REFLEXIONAN SOBRE EL SIGLO XX


Isaiah Berlin (filósofo, Gran Bretaña): «He vivido durante la mayor parte del


siglo xx sin haber experimentado —debo decirlo— sufrimientos personales.

Lo recuerdo como el siglo más terrible de la historia occidental».


Julio Caro Baroja (antropólogo, España): «Existe una marcada contradicción

entre la trayectoria vital individual —la niñez, la juventud y la vejez han

pasado serenamente y sin grandes sobresaltos— y los hechos acaecidos en el

siglo xx ... los terribles acontecimientos que ha vivido la humanidad».


Primo Levi (escritor, Italia): «Los que sobrevivimos a los campos de concentración

no somos verdaderos testigos. Esta es una idea incómoda que gradualmente

me he visto obligado a aceptar al leer lo que han escrito otros

supervivientes, incluido yo mismo, cuando releo mis escritos al cabo de

algunos años. Nosotros, los supervivientes, no somos sólo una minoría

pequeña sino también anómala. Formamos parte de aquellos que, gracias a la

prevaricación, la habilidad o la suerte, no llegamos a tocar fondo. Quienes lo

hicieron y vieron el rostro de la Gorgona, no regresaron, o regresaron sin

palabras».


Rene Dumont (agrónomo, ecologista, Francia): «Es simplemente un siglo de

matanzas y de guerras».


Rita Levi Montalcini (premio Nobel, científica, Italia): «Pese a todo, en este

siglo se han registrado revoluciones positivas ... la aparición del cuarto estado

y la promoción de la mujer tras varios siglos de represión».


William Golding (premio Nobel, escritor, Gran Bretaña): «No puedo dejar de

pensar que ha sido el siglo más violento en la historia humana».


Ernst Gombrich (historiador del arte, Gran Bretaña): «La principal característica


del siglo xx es la terrible multiplicación de la población mundial. Es

una catástrofe, un desastre y no sabemos cómo atajarla».


Yehudi Menuhin (músico, Gran Bretaña): «Si tuviera que resumir el siglo xx,

diría que despertó las mayores esperanzas que haya concebido nunca la

humanidad y destruyó todas las ilusiones e ideales».

Severo Ochoa (premio Nobel, científico, España): «El rasgo esencial es el

progreso de la ciencia, que ha sido realmente extraordinario ... Esto es lo que

caracteriza a nuestro siglo».


Raymond Firth (antropólogo, Gran Bretaña): «Desde el punto de vista tecnológico,

destaco el desarrollo de la electrónica entre los acontecimientos más

significativos del siglo xx; desde el punto de vista de las ideas, el cambio de

una visión de las cosas relativamente racional y científica a una visión no

racional y menos científica».


Leo Valiani (historiador, Italia): «Nuestro siglo demuestra que el triunfo de

los ideales de la justicia y la igualdad siempre es efímero, pero también

que, si conseguimos preservar la libertad, siempre es posible comenzar de

nuevo ... Es necesario conservar la esperanza incluso en las situaciones más

desesperadas».


Franco Venturi (historiador, Italia): «Los historiadores no pueden responder

a esta cuestión. Para mí, el siglo xx es sólo el intento constantemente renovado

de comprenderlo».

(Agosti y Borgese, 1992, pp. 42, 210, 154, 76, 4, 8, 204, 2, 62, 80, 140 y 160).   Fuente: Eric Hobsbawn, Historia del Siglo XX (pag 11 - 12)

El segundo imperio francés: Napoleón III

La restauración de los Borbones en Francia fue breve. La Revolución de julio de 1830 estableció la monarquía de Luis Felipe, derribada a su turno por la Revolución de febrero de 1848, que instauró la segunda república.


Luis Napoleón (sobrino de  Napoleón Bonaparte) acabó con la segunda república francesa y restableció el imperio el 2 de diciembre de 1852, tomando el nombre de Napoleón III.


Le correspondió ser el dirigente de la política europea durante 20 críticos años, en los cuales se consumaron las unificaciones de Italia y Alemania. Su régimen se apoyó en los generales que le habían ayudado a dar el golpe contrarrevolucionario y en la burguesía que había colaborado para conseguirlo. Al comienzo contó también con el apoyo popular, a excepción de los republicanos.


Asimismo, en un principio fue respaldado por los católicos y por los liberales. Su gobierno se caracterizó por la realización de importantes planes económicos, industriales y técnicos que incluso transformaron a París en la capital del mundo.

En política exterior, apoyó los diferentes movimientos nacionalistas, participó en la guerra de Crimea y desarrolló una activa política colonial, con obras tales como: la ocupación de Argelia, la apertura del canal de Suez, la ocupación de Senegal y luego la de Indochina.

Biografía de Napoleón III
 
Napoleón III

(Carlos Luis Napoleón Bonaparte; París, 1808 - Chislehurst, Kent, Inglaterra, 1873) Presidente de la República y emperador de Francia. Era sobrino del primer Napoleón y quizá hijo natural suyo. En su juventud tuvo una trayectoria como conspirador liberal, participando en los movimientos revolucionarios italianos de 1831; y desde que, en 1832, heredó la «jefatura» de la dinastía Bonaparte por la muerte del duque de Reichstadt, se dedicó a intentar la conquista del poder protagonizando sendos intentos frustrados de derrocar a Luis Felipe de Orléans, uno en Estrasburgo en 1836 y otro en Boulogne en 1840.

Este último fracaso le costó la condena a cadena perpetua en el castillo de Ham, pero consiguió evadirse en 1846 y halló refugio en Inglaterra. De aquella época le quedó una mala salud que le acompañaría durante el resto de su vida (reumatismo y problemas renales), una aureola romántica de aventurero y luchador por las libertades, y un círculo de amigos incondicionales en los que se apoyaría durante su carrera política.

La Revolución de 1848, que instauró en Francia la Segunda República, le permitió regresar al país y participar en la política activa. El restablecimiento del sufragio universal en un país predominantemente campesino le proporcionó un éxito electoral inmediato, beneficiándose de la memoria de su tío y de la asociación del nombre Bonaparte con una época de orden en libertad y de hegemonía continental de Francia.

Fue así como se convirtió en primer -y único- presidente de la Segunda República en 1848, con un mensaje político ambiguo que proponía la síntesis entre los principios de la Revolución de 1789 y los deseos de orden y paz social que albergaba la Francia más conservadora: en su mensaje y en su acción de gobierno se mezclarían siempre el autoritarismo contra el «peligro» de la revolución social y un reformismo liberal de tendencia democrática (contrario al predominio de los notables tradicionales) e incluso socialista (bajo la influencia de los discípulos de Saint-Simon).

Como presidente de la República, Luis Napoleón siguió la corriente conservadora mayoritaria en la Asamblea: se ganó el apoyo de los católicos al dejar la enseñanza privada en manos de la Iglesia (Ley Falloux, 1849) e intervenir militarmente para reponer el poder del papa contra la República Romana (1849); al mismo tiempo, salvaguardó su imagen presentándose como víctima impotente de las medidas más impopulares de la Asamblea. Y, sobre todo, se esforzó por acrecentar su poder personal, recortando el sufragio universal y las libertades.

En 1851 protagonizó un golpe de Estado destinado a perpetuarse en la presidencia en contra de las prescripciones constitucionales, golpe que sancionó después con un plebiscito que ganó abrumadoramente. Había comenzado su estilo de gobierno, consistente en una mezcla de autoritarismo personal y apelación directa al pueblo, eliminando la intermediación de los partidos y del Parlamento. En 1852 completó la configuración de su dictadura promulgando una carta otorgada de corte cesarista, inspirada en la Constitución del año VIII (1799), y restableciendo en su persona la dignidad imperial hereditaria; el que había sido príncipe presidente pasaba a llamarse entonces Napoleón III, emperador de los franceses.

El carácter dictatorial y el origen violento de aquel Segundo Imperio le obligó a buscar una legitimación suplementaria por la vía de las realizaciones: lanzó una política exterior encaminada a desmontar el orden europeo establecido por el Congreso de Viena (1815) y restablecer el papel de Francia como gran potencia mundial, política nacionalista y expansiva que le atrajo la simpatía de las masas populares urbanas (ya que se presentó como intervención en favor de nobles causas liberales y nacionalistas, como la de la unificación italiana luchando a favor del Piamonte contra Austria, en 1859) y que tenía la ventaja adicional de mantener a los militares absorbidos en aventuras exteriores.


En el interior, compensó el recorte de las libertades individuales con una política de reformas sociales dirigida a desmovilizar el potencial revolucionario del movimiento obrero (legalizando la huelga e impulsando la organización sindical obrera desde 1864); y se esforzó por potenciar el desarrollo económico apoyando a la gran industria, facilitando las grandes concentraciones financieras (como la de la banca Péreire), extendiendo la red de ferrocarriles, remodelando las ciudades (fundamentalmente París, reformada bajo la dirección de Haussmann), exportando capitales (por ejemplo, con la construcción del canal de Suez, obra de Lesseps), ampliando los mercados con la expansión colonial (Senegal, Argelia, Nueva Caledonia, Siria, Egipto, Indochina…) y suscribiendo un audaz tratado de libre comercio con Gran Bretaña (el Tratado Cobden-Chevalier de 1860). Con todo ello, hizo del Segundo Imperio (1852-70) una fase muy significativa en el proceso de industrialización de Francia.

La dureza de los siete primeros años de «Imperio autoritario» (1852-59) dejó pasó a un cambio de tendencia más progresista desde la intervención militar en Italia de 1859 (que llevó al régimen a romper con la opinión católica y conservadora, al apoyar la unificación italiana a costa del poder temporal del Papado) y del Tratado comercial de 1860 (que inauguraba una política económica más liberal, enemistando al régimen con parte de la clase empresarial francesa). Pero este giro no modificó sustancialmente las instituciones políticas, que siguieron marcadas por el autoritarismo hasta que, en 1869-70, el régimen inició una evolución hacia el parlamentarismo, en un experimento de «Imperio liberal» que no llegó a cuajar por la inmediata caída del Imperio.

Ésta vino provocada por las aventuras exteriores: las primeras se habían visto coronadas por el éxito, por ejemplo, la intervención contra Rusia en la Guerra de Crimea de 1854-55, que llevó al régimen a su momento de máxima gloria con la reunión del Congreso de paz en París, simultáneamente a la Exposición Universal de 1855 (que proyectó al mundo la imagen de una Francia moderna y pujante) y al nacimiento de un príncipe heredero del matrimonio de Napoleón III con Eugenia de Montijo (lo que parecía asegurar la sucesión monárquica).

Aquel éxito, completado con el de la guerra de unificación italiana, llevó al emperador a confiar excesivamente en su propio sueño de poderío universal, animándole a un intento de intervención diplomática en la Guerra de Secesión americana (1861-65), a un proyecto de hegemonía francesa sobre América Latina que comenzaría por la instauración en México del régimen imperial de Maximiliano (1864-67) y a la pretensión de obtener compensaciones territoriales en Alemania por la «benévola» neutralidad de Francia en la Guerra Austro-Prusiana (1866); todos esos intentos se saldaron con otros tantos fracasos, que prepararon el descalabro final: dejándose arrastrar por un incidente diplomático sin importancia (el telegrama de Ems, a propósito de la candidatura de un príncipe Hohenzollern al vacante Trono de España), Napoleón III aceptó ir a la guerra contra Prusia en 1870, confiando en su capacidad para frenar la potencia ascendente de la Prusia de Bismarck y el peligro de que condujera a formar un Estado alemán fuerte y unido.

La derrota en la Guerra Franco-Prusiana (1870) fue completa, cayendo incluso el emperador prisionero del ejército prusiano en la batalla de Sedán. Ello provocó el hundimiento del Segundo Imperio frente a las fuerzas republicanas, al tiempo que estallaba en París la Revolución de la Comuna y que Bismarck completaba la unificación del Imperio Alemán (declarada en Versalles en 1871) y arrebataba a Francia las provincias de Alsacia y Lorena.

Una vez puesto en libertad, el ex emperador se refugió en Inglaterra, desde donde siguió proclamando las virtudes del bonapartismo y reclamando sus derechos al Trono, pues nunca abdicó. El controvertido y ambiguo dictador moría tres años después, dejando a la posteridad un modelo de populismo autoritario y modernizador, que sin duda ha inspirado a políticos como el general De Gaulle.

Época de los nacionalismos

Época de los nacionalismos: Europa de 1848 a 1870


* Nacionalismo: doctrina que defiende el derecho a constituir estados que se identifiquen con sus nacionalidades.

Johann Gottfried Herder

Profesor Mario Orellana R. Premio Nacional de Historia 1994. Asesor ciclo Historia Universal



El nacionalismo se convirtió en un factor que dinamizó la vida política del siglo XIX. Sus partidarios defendían el derecho de los pueblos a constituir estados que se identificaran con las nacionalidades; es decir, con los grupos con los cuales compartían elementos comunes, como el idioma, la religión, las costumbres y los intereses. Este movimiento, que había tomado forma durante la dominación napoleónica, se fortaleció después del Congreso de Viena, el que resolvió instaurar un nuevo sistema político–religioso, llamado Santa Alianza y un nuevo mapa europeo que hizo variar las fronteras internas del continente. Esto último planteó una serie de problemas en relación con el principio de las nacionalidades: naciones fragmentadas en múltiples estados, como Italia y Alemania; estados multinacionales, como el Imperio Austriaco, conformado por checos, eslovacos, croatas, polacos, eslovenos, húngaros e italianos, y el Imperio Turco, formado por búlgaros, serbios, albaneses y croatas. Finalmente, nacionalidades sometidas, como en los casos de Irlanda en el Reino Unido, de los alemanes de Schleswig y de los noruegos en Suecia, entre otros.



Después del año 1850, el sentimiento nacionalista consiguió grandes victorias. El más poderoso de ellos, culturalmente, ocurrió en Alemania, donde, coincidiendo con el romanticismo, apareció una generación de intelectuales cuya influencia se extendió por Europa hasta el siglo XX.



Uno de los principales teóricos de esta época fue Johann Gottfried Herder, inspirador de una tendencia conocida como Sturm und Drang (algo parecido a ‘tormenta e impulso’ en alemán), que proponía que toda cultura verdadera debía brotar de raíces propias; es decir, poseer un carácter nacional. Estas ideas fueron recogidas por el filósofo Johann Gottlieb Fichte, quien fue un poco más allá, afirmando que el carácter alemán era más noble que otros. En definitiva, para los intelectuales alemanes el nacionalismo se convirtió en una obsesión.

 




Congreso de Viena 1815

Después de la derrota definitiva de Napoleón, los monarcas absolutos del continente europeo buscaron regresar a la etapa anterior a la Revolución francesa, lo que significó la supresión de las medidas sociales, políticas y económicas dictadas por los ideales revolucionarios del siglo XVIII, principalmente las referentes a las constituciones y al postulado de la soberanía nacional, para dar paso otra vez al poder ilimitado de los reyes, devolver a la nobleza y al clero sus privilegios, reconstruir el mapa de Europa que había sido desfigurado por las conquistas y anexiones ocasionadas por la guerra, y replantear la vida internacional con base en un sistema de seguridad conjunta y equilibrada que no permitiera más revoluciones ni intentos de cualquier país por lograr la hegemonía continental.




El conjunto de estas medidas conocido con el nombre de Restauración, fue un ideario que afectó a la mayoría de los países europeos durante más de 20 años y cuyos principios fueron aprobados en el Congreso de Viena.



La Restauración y la lucha entre liberales y monarquistas: Entre 1814 y 1815, los representantes de las potencias europeas que habían vencido a Napoleón, pretendieron terminar con la situación creada por la Revolución francesa y el Imperio napoleónico, mediante la Restauración de los principios monárquicos del Antiguo Régimen, es decir, del absolutismo.







Reunión del Congreso de Viena donde los representantes de las potencia europeas que vencieron a Napoleón decidieron como ordenar el continente europeo



Estos principios que trataron de implantar por la fuerza y con dificultades, no lograron erradicar los ideales de la Revolución francesa ni frenar los cambios ocasionados por la Revolución Industrial, ya que habían impregnado profundamente la mente y forma de vida de gran parte de la población europea. Principalmente la burguesía no aceptó la vuelta al Antiguo Régimen y en muchos países seguían manteniendo sus reivindicaciones liberales, basadas en el constitucionalismo y la soberanía nacional, en la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, y en la división del Estado en tres poderes independientes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial.



Así, el enfrentamiento de estas dos posturas, la monarquista y la liberal, aunado a la arbitraria división geopolítica de los Estados europeos y la imposición de gobernantes sobre distintos pueblos, ocasionó el resurgimiento de movimientos nacionalistas con tendencias independentistas o unificadoras que, junto con el auge del liberalismo con sus diferentes tendencias moderada y democrática, llevó a Europa a una nueva etapa revolucionaria, la cual comenzó en 1820 y fue adquiriendo más fuerza en los movimientos de 1830 y 1848.



La Restauración



Después de la derrota definitiva de Napoleón, los monarcas absolutos del continente europeo buscaron regresar a la etapa anterior a la Revolución francesa, lo que significó la supresión de las medidas sociales, políticas y económicas dictadas por los ideales revolucionarios del siglo XVIII, principalmente las referentes a las constituciones y al postulado de la soberanía nacional, para dar paso otra vez al poder ilimitado de los reyes, devolver a la nobleza y al clero sus privilegios, reconstruir el mapa de Europa que había sido desfigurado por las conquistas y anexiones ocasionadas por la guerra, y replantear la vida internacional con base en un sistema de seguridad conjunta y equilibrada que no permitiera más revoluciones ni intentos de cualquier país por lograr la hegemonía continental.



El conjunto de estas medidas conocido con el nombre de Restauración, fue un ideario que afectó a la mayoría de los países europeos durante más de 20 años y cuyos principios fueron aprobados en el Congreso de Viena.



El Congreso de Viena



Después de todos los trastornos causados por las guerras napoleónicas, los principales monarcas de Europa se reunieron en Viena bajo la dirección de las potencias vencedoras: Austria, Gran Bretaña, Prusia y Rusia, donde se celebró un Congreso para liquidar los innumerables



problemas internacionales. Estuvieron en el Congreso soberanos reinantes y representantes plenipotenciarios de príncipes o Estados desposeídos que reclamaban la restitución de sus dominios.



El Congreso se inauguró en octubre de 1814, y entre fiestas y recepciones duró hasta el 8 de junio de 1815, cuando se firmó el acta final. Además del zar Alejandro I de Rusia, los personajes más importantes fueron el canciller austriaco Metternich y el ministro de Asuntos Exteriores francés Talleyrand.



Durante las reuniones del Congreso, hubo largas discusiones sobre diferentes temas, entre ellos dos aspectos fueron los más relevantes:



• Establecer los principios teóricos que rigieron el periodo de la Restauración.



• Reorganizar el mapa de Europa.



Principios teóricos de La Restauración



Las grandes potencias definieron en el ámbito de la teoría política los principios para definir el verdadero orden que debía prevalecer en Europa frente a los excesos y desviaciones producidas por la etapa revolucionaria de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Estos principios fueron:



Legitimidad: Sólo tenían derecho a estar en el poder aquellos a los que Dios había elegido por su herencia real, por lo que no importaba si eL gobernante no fuera de La misma nacionalidad que sus súbditos. Esta legitimidad monárquica llevó de regreso al trono a las dinastías reinantes antes de 1789 especialmente a tos Borbones en Francia.



Absolutismo: Al obtener el. monarca su poder de Dios, no debía ser frenado por ninguna Constitución ni el principio de soberanía nacional.



Equilibrio: Fue un principio de inspiración británica que impedía la expansión de una potencia a costa de otros Estados, con la finalidad de evitar conflictos en Europa.



Intervensionismo: Las potencias se comprometían a intervenir en aquellos territorios que, perteneciendo a otra potencia, surgieran movimientos populares que pusieran en peligro los otros principios señalados. Esto condujo a un sistema de alianzas y la realización de congresos.



Congresos: Fueron foros donde se discutieron las formas de resolver los conflictos internacionales y evitar que se empleara el recurso de la guerra para resolver disputas entre naciones. Éste fue un principio que tuvo una enorme repercusión en la diplomacia internacional.



Asistieron al Congreso quince miembros de las familias reales, doscientos príncipes y doscientos dieciséis representantes de misiones oficiales. Durante su celebración se realizaron numerosos festejos, recepciones, bailes, conciertos y banquetes, creando un ambiente frívolo en el que se desarrollaron intrigas políticas y de espionaje.



Los representantes de las pequeñas potencias solo conocieron esta faceta del Congreso, porque las decisiones importantes eran tomadas por exclusivamente por Gran Bretaña, Austria, Rusia y Prusia. Francia pudo influir gracias a la habilidad política de su representante Talleyrand.



El nuevo mapa de Europa



En el aspecto geográfico, las potencias centraron su atención en conformar Estados nacionales más fuertes, con un territorio más extenso y de mayor volumen demográfico, para prevenir cualquier intento expansionista como el que habían experimentado con Francia, que tratara de dominar otra vez Europa.



El mapa continental europeo fue reconstruido como un gran rompecabezas que benefició particularmente a los países antinapoleónicos:



Austria y Rusia se configuraron como las grandes potencias continentales, al lado de Gran Bretaña que consolidó su expansión oceánica, y Prusia que, aun con su territorio dividido, aumentó su poder en la zona del mar Báltico y dentro de la Confederación Germánica recién formada.



Otros aspectos relevantes del mapa geopolítico de 1815 fueron la formación de una barrera para mantener el control de Francia y la creación de naciones artificiales mediante la unión de pueblos diferentes, como por ejemplo los belgas con Holanda, lo cual terminó drásticamente con sus expectativas nacionalistas.



Gran Bretaña



Fue la primera beneficiaria, ya que se le reconoció su rango de primera potencia marítima al asegurar su hegemonía sobre el mar Mediterráneo, mediante el dominio de las posiciones de Malta, las islas Jónicas y Gibraltar, así como de otras bases fuera de Europa, como El Cabo y Ceilán para controlar la ruta de la India y el refuerzo de sus posesiones en las Antillas, para favorecer el comercio americano.



Austria



Logró concentrar su poder en el norte de La Península Itálica al obtener el reino Lombardo-Veneto e imponer príncipes austriacos en los tronos de los ducados de Parma, Módena y Toscana; también consiguió una salida al mar Mediterráneo al iricorporarsé las provincias llíricas. Con las posesiones en Alemania garantizó la intervención de su emperador en tos asuntos de la recién creada Confederación Germánica.



Prusia



Quedó dividida y formó parte de la Confederación Germánica. Recuperó la orilla izquierda del Rin con la anexión de Renania, una zona fronteriza con Francia.



Confederación Germánica



Quedó formada por 39 Estados, de los cuales Prusia y Austria fueron los más poderosos



Rusia



Obtuvo Finlandia antigua posesión sueca, Besarabia y una gran parte de Polonia



Suecia



Perdió Finlandia, pero fue compensada con Noruega. Lo anterior para evitar que Dinamarca controlara tos accesos al mar Báltico.



Francia



Redujeron su territorio y se estableció una barrera con Estados tapón en torno a ella: aL norte el Reino Unido de Los Países Bajos con la incorporación de Bélgica a Holanda; al este con la anexión de Renania a Prusia y la Confederación Suiza, y al sur el reino Piamonte-Cadeña.



Península Itálica



Quedó dividida en siete Estados: al norte los reinos de Piamonte ~ Lombardía-Veneto; al centro tos ducados de Parma, Módena y Toscana, y Los Estados Pontificios; al sur, el reino de Dos Sicilias que devolvieron a los Borbones de Francia.}



Este trabajo de reorganización geopolítica provocó una serie de problemas que mantuvieron un clima de fuerte tensión en la vida de los europeos durante la mayor parte del siglo XIX, entre ellos:



Rivalidades cada vez más acentuadas entre las potencias.



Sometimiento de algunos pueblos como: Irlanda a Inglaterra, Bélgica a



Holanda, Noruega a Suecia, y Polonia a Austria, Prusia y en su mayor parte



a Rusia, sin tomar en cuenta sus intereses y características étnicas y culturales. Esta situación impulsó el desarrollo del sentimiento nacionalista.



Conformación plurinacional de dos imperios:



- Austriaco, donde convivían alemanes, italianos, checos, croatas, eslovenos, y húngaros, entre otros.



- Otomano, integrado por turcos, griegos, búlgaros, servios y albaneses, entre otros.



• División política de los territorios de los pueblos italiano y alemán, los cuales serían las semillas de los futuros movimientos nacionalistas con carácter de unificación.



El acta definitiva del Congreso fue acompañada de otros decretos como los que garantizaban la neutralidad de Suiza y la libre navegación de los ríos de Europa. Los aliados, satisfechos de su labor en los aspectos político y geográfico, establecieron el compromiso de reunirse periódicamente para decidir las medidas necesarias para mantener la paz europea, en caso de que las corrientes revolucionarias volvieran a alterar a Francia y amenazaran la paz de los demás Estados.



En conclusión, el Congreso de Viena fue la primera conferencia de paz moderna; un intento no sólo de resolver todas las cuestiones pendientes en el continente europeo, sino también de preservar la paz sobre una base permanente. Sus procedimientos fijaron la pauta de las futuras conferencias internacionales, que todavía en la actualidad se conservan como medio para establecer acuerdos entre las naciones.



La Santa Alianza



Las reuniones del Congreso de Viena fueron interrumpidas por el regreso de Napoleón a Francia y su Imperio de los Cien Días, y se reanudaron hasta la derrota definitiva de éste en Waterloo. Fue entonces, en el contexto de la Segunda Paz de París, en noviembre de 1815, y antes de que se disolviese el Congreso de Viena, que el zar Alejandro 1 realizó una propuesta particular, crear una Santa Alianza para prevenirse de otra amenaza revolucionaria. Ésta fue pensada como una fuerza solidaria de intervención integrada por tropas de Austria, Prusia y Rusia, con el compromiso de:



• Mantener el orden absolutista en Europa.



• Defender de los principios cristianos.



• Reprimir por medio de la intervención armada, los movimientos liberales y revolucionarios que en cualquier país podían alterar la situación política de la Restauración.



La Santa Alianza fue un acuerdo que principalmente llevó a la práctica el ministro austriaco Metternich.



Otro pacto fue la Cuádruple Alianza, que firmaron Austria, Prusia, Rusia e Inglaterra para vigilar a Francia, durante veinte años, y sostener en el poder al rey francés de la casa de los Borbones, Luis XVIII.



Con estas alianzas, se concretó un sistema de relaciones internacionales que resultó eficaz, al basarse en la llamada “práctica de los Congresos”, mismos que llevaron a cabo periódicamente para vigilar que se respetaran los intereses comunes de la Europa de la Restauración. Durante los Congresos que se desarrollaron entre 1818 y 1822, las discusiones giraron en torno a las medidas a emprender ante las inquietudes y desórdenes de tipo liberal o nacionalista que surgieron y fueron extendiéndose rápidamente.



De esta forma se ensayó por primera vez un sistema de ordenación internacional, con base en el acuerdo de las potencias, el cual, modificado, ha llegado hasta nuestros días. Un sistema basado en el principio de que los problemas que afecten mundialmente serían analizados y las soluciones decididas en forma colectiva por los países más poderosos.



Las potencias de la Restauración



El nuevo orden fue definido por cinco potencias, cuatro de ellas vencedoras de



Napoleón: Gran Bretaña, Rusia, Austria y Prusia, y la misma Francia integrada



en esta alianza internacional por las acciones diplomáticas de su ministro de Asuntos Exteriores, Telleyrand.



Entre las potencias persistieron profundas diferencias en cuanto a los modelos políticos que representaban y a los proyectos internacionales que tenían. Entre ellos se distinguieron tres:



• Parlamentario inglés: El monarca estaba limitado por una cámara representativa.



• Absolutista ruso y austriaco: El monarca no tenía ninguna limitación.



• Carta Otorgada francés: El monarca se auto limitó voluntariamente en el ejercicio de sus funciones, sin abdicar a la plenitud de su soberanía divina. Fue un régimen que pretendió combinar los dos modelos anteriores al mantener el poder real sin debilitarlo y aceptar la consulta a la nación, mediante convocatorias electorales restringidas a los ciudadanos que pudieran pagar las rentas establecidas para ser considerados como candidatos a las Cámaras o como votantes.



En suma la Restauración no fue integral ya que algunos soberanos se vieron obligados a conceder Constituciones, que aunque confirmaban la soberanía real, ésta quedaba limitada a la ley. Además por su eficiencia se mantuvo la administración napoleónica y tampoco fue posible suprimir algunas transformaciones jurídicas, y sociales como la igualdad ante la ley y los impuestos universales con lo que no permitió el regreso de los privilegios de los nobles.



PRINCIPIOS DE LA RESTAURACIÓN EUROPEA:



Las grandes potencias definieron en el ámbito de la teoría política los principios para definir el verdadero orden que debía prevalecer en Europa frente a los excesos y desviaciones producidas por la etapa revolucionaria de finales del siglo XVIII y principios del XIX.



Estos principios fueron:

Legitimidad: Sólo tenían derecho a estar en el poder aquellos a los que Dios había elegido por su herencia real, por lo que no importaba si el gobernante no fuera de la misma nacionalidad que sus súbditos. Esta legitimidad monárquica llevó de regreso al trono a las dinastías reinantes antes de 1789, especialmente a los Borbones en Francia.



Intervensionismo: Las potencias se comprometían a intervenir en aquellos territorios que, perteneciendo a otra potencia, surgieran movimientos populares que pusieran en peligro los otros principios señalados. Esto condujo a un sistema de alianzas y;, la realización de congresos.


Absolutismo: Al obtener el monarca su poder de Dios, no debía! ser frenado por ninguna Constitución ni el principió de soberanía nacional.


Equilibrio: Fue un principio de inspiración británica que impedía la expansión de una potencia a costa de otros Estados, con la finalidad de evitar conflictos en Europa.


Congresos

Fueron foros donde se discutieron las formas de resolver los conflictos internacionales y evitar que se empleara el recurso de la guerra para resolver disputas entre naciones. Éste fue un principio que tuvo una enorme repercusión en la¡¿ diplomacia internacional.



miércoles, 26 de septiembre de 2012


Calendario de Pruebas 2012 (parte 1)

Calendario de prueba Séptimo Año B Segundo Semestre (2012)


Miércoles 10 de octubre Control de lectura Historia de Chile   Contenido: Régimen militar-Gobierno de Augusto Pinochet.

Semana 15 al 19 de octubre  Entrega de ensayo

Martes 16 de octubre Prueba Sociales  Contenido: Legado mundo Moderno- Restauración monárquica-Proceso de Unificación –Colonialismo – imperialismo

Martes 23 de octubre Control de lectura Historia de Chile   Contenido: Gobiernos de la Concertación

Semana de 22 al 31 octubre Disertaciones Regiones del mundo

Martes 6 de noviembre Prueba Sociales  Contenido: Primera Guerra Mundial – Periodo entre guerras – Segundo Guerra Mundial.

Miércoles 5 de diciembre Examen   Contenido: Todo el contenido

Calendario de prueba Octavo  Año A  Segundo Semestre (2012)

Miércoles 03 de septiembre Control de lectura  Contenido: Actualidad de América Latina


Jueves 10 de octubre Prueba Social  Contenido:  Actualidad de América Latina –Problemas del mundo moderno-Geografía general – Población

Semana 15 al 19 de octubre  Entrega de ensayo

Viernes 24 de octubre Prueba Sociales Contenido: Geografía de América- Historia de Chile

Miércoles 7 de noviembre Control de Lectura Historia de Chile Contenido: La Colonia.

Miércoles 5 de diciembre Examen  Contenido: Toda la materia.




Textos para el control 7º Años: Economía chilena 1973 – 1989

Texto nº1:“La evolución Economía”


La Realidad Económica entre 1973 y 1975: los nuevos actores.

Una de las cuestiones más críticas que debió enfrentar la Junta Militar fue darle a la economía un rumbo totalmente diferente al que llevaba hasta el 11 de septiembre de 1973.


El diseñar para ellos un plan económico en el corto plazo era casi imposible. Pero una comisión de economistas opositores a Allende ya había elaborado un programa alternativo al de la Unidad Popular (UP). “El programa fue un encargo secreto hecho por la Sociedad de Fomento Fabril. Esa comisión estaba dominada por un grupo de egresados de la Universidad de Chicago que por distintos caminos se había allegado al Partido Nacional, a la Universidad Católica y al gremialismo” (Cavallo, Ascanio. Ob. Cit., p. 22).

Este documento se conocerá más tarde como El Ladrillo y será la base de la futura política económica del Gobierno Militar. A partir de él, el gobierno centrará sus esfuerzos en lograr ordenar la economía nacional. Los objetivos señalados en El Ladrillo eran (Barahona, Pablo. LA política económica del Gobierno Militar., pp.87-88):


a) Obtener una tasa de desarrollo económico alta y estable a través del tiempo.

b) Erradicar de Chile la extrema pobreza.

c) Garantizar las oportunidades.

d) Obtener pleno empleo.

e) Obtener estabilidad en el sentido amplio de la palabra.

f) Minimizar la dependencia económica en todos aquellos aspectos que tengan incidencia en la independencia política del país.

g) Realizar una efectiva descentralización del sistema económico.


Sin embargo, y a pesar de las medidas tomadas hacia finales de 1974, esto no fue fácil. La inflación aún llegaba a 375,9%, seguía habiendo un déficit fiscal alto y el Producto geográfico Bruto sólo llegaba al 1%.

En abril de 1975 se trajo a Chile a Milton Friedman y a Arnold Harberger, máximos exponentes de los principios económicos de la escuela de Chicago. Su apoyo permitió que el grupo de economistas chilenos impusieran sus puntos de vista y comenzaran a realizar las reformas económicas que “más tarde hicieran conocidas a escala mundial Margaret Thatcher en Gran Bretaña (1979) y Ronald Reagan (1981) en Estados Unidos. Chile se constituyó así en un pionero de los puede considerarse un modelo neoliberal” (Maira, Luis. Los tres Chile de la segunda mitad del siglo XX, p. 22).

Con el fin de provocar definitivamente el cambio económico, el General Pinochet aprobó el denominado Programa de recuperación económica. A partir de ese momento, los llamados Chicago Boys fueron ocupando sucesivamente los cargos del manejo de la economía chilena. Así, al inicio de 1975 el Ministerio de Hacienda estaba en manos de Jorge Cauas, el Ministerio de Economía, en las de Sergio de Castro, el Ministerio de ODEPLAN, en las de Miguel Kast, y el presidente del Banco Central era Pablo Barahona.


La revolución económica (1976- 1982): El milagro económico.

Una vez que los Chicago Boys comenzaron a manejar la economía se empezó a vivir una verdadera revolución. Esta, a pesar de ser de un signo absolutamente opuesto a la llevada a cabo por el gobierno de la Unidad Popular, le era similar en la profundidad de los cambios y en el impacto que tendría en el país.

De entre las medidas más relevantes tomadas durante este período se destacan:

Eliminación de la política proteccionista para importaciones: De un arancel nominal promedio de 105% durante el último año de gobierno de Allende, se pasa a un arancel nominal uniforme de 10% en 1979.

Reprivatización de empresas: De las 400 empresas que el Estado manejaba en 1973, se llegó a no más de 45 en 1980, pues se restituyó a sus antiguos dueños las empresas y tierras expropiadas con procedimientos irregulares

Flexibilización del mercado laboral: A través del debilitamiento del poder sindical, la facilidad de despido y la reducción del salario real.

Régimen fiscal: Se pasa de un elevado déficit del sector público a un superávit en 1979-1981.

Sistema de precios: De un sistema de precios controlado centralmente se pasa a la libertad caso absoluta de precios.

Los resultados de estos cambios se comenzaron a ver en el quinquenio 75-80, como lo demuestra el siguiente cuadro

Años Crecimiento (%) Inflación (%) Desempleo (%)

1975 -(12,9) 343 16

1976 3,5 198 19

1977 9,9 84 18

1978 8,2 37 17

1979 8,3 38 17

1980 7,5 31 17

1981 5,5 9 16

Fuente: Patricio Meller. Un siglo de economía política chilena (1890-1990) p.187.

El “milagro económico” se ve aún claro si se consideran otros indicadores, como por ejemplo:

1973 1980

Exportaciones no tradicionales (US$ Millones) 100 1.800

Reservas del Banco Central (US$ Millones) 167 4.074

Déficit Público (%) 21+ -(5,5)

Estos resultados tuvieron tal impacto en el mundo financiero, que en enero de 1980 el editorial del Wall Street Journal señalaba: “Con el fin de restablecer las relaciones amistosas Chile debería prestar su equipo económico al gobierno de los Estados Unidos” (citado por Alejandro Foxley).

La crisis de 1982

Hacia comienzos de 1981 comenzó a sentirse –sobre todo a nivel de grupos económicos y empresariales- un malestar con respecto a las repercusiones de la política económica impuesta hasta ese momento.

Las razones del malestar se debían al precio del dólar, fijado en 39 pesos desde mediados de 1979 por el Ministro de Hacienda Sergio de Castro. El dólar fijo hacía que las exportaciones mantuvieran su valor nominal, mientras los costos internos (principalmente los salarios ) subían permanentemente, por lo que los “productores nacionales empezaron a sentirse asfixiados por la disminución de sus utilidades” (Ascanio Cavallo, Ob. Cit., p. 37).

Fue también durante 1981 cuando la Superintendencia de Bancos decretó la intervención de cuatro bancos y cuatro financieras que estaban a punto de caer en la insolvencia. A partir de ahí el “milagro económico” comenzó a desaparecer lenta pero sostenidamente.

El 16 de abril de 1982 asumió como nuevo Ministro de Hacienda Sergio De la Cuadra. Dos meses después el peso fue devaluado en 18% y se agregaron nuevos impuestos para superar el déficit fiscal. En julio, Miguel Kast anunciaba la decisión del Banco Central de comprar la cartera vencida de los bancos; en agosto, el dólar llegaba ya a $70, el desempleo se empinaba sobre el 20% y el Programa de Empleo Mínimo (PEM), que había creado el Gobierno para enfrentar la cesantía, debía ser apoyado por el Programa para Jefes de Hogar (POJH).

Antes del fin de ese mes, el Ministro De la Cuadra presentaba también su renuncia y Rolf Lüders asumía la conducción económica como Biministro de Economía y Hacienda.

En enero de 1983 se entró en la etapa más grave de la crisis; el jueves 13 Rolf Lüders anunció la medida más dura tomada en el periodo: la intervención de la Banca. Tres instituciones fueron declaradas en liquidación- su pasivo era tres veces mayor que su patrimonio-, cinco fueron intervenidas- su deuda superaba más de una vez su patrimonio- y dos quedaron en observación.

En febrero le tocaría el turno al propio Biministro: sería reemplazado por Carlos Cáceres.

“La economía chilena estaba afectada en 1982-1983 por un desequilibrio interno y un desequilibrio externo. El primero se expresaba en la elevada tasa de desempleo y en el deterioro de las remuneraciones de los trabajadores. El desequilibrio externo estaba vinculado a la escasez de divisas producida por el enorme esfuerzo que implicaba el servicio de la deuda externa; la opción del Gobierno fue reducir el desequilibrio externo, aunque ello implicaba agravar en el corto y mediano plazo el desequilibrio interno” (Patricio Meller. Ob.cit., p.233).

La gravedad de la crisis vivida por el país en ese periodo sólo es comparable a la recesión de comienzos de la década del 30 y para superarla hubo que esperar hasta fines de la década.

La realidad económica postcrisis: La consolidación del modelo neoliberal.

A partir de 1984 el proceso de ajuste se basó fundamentalmente en una política expansiva con el fin de reactivar el crecimiento. La etapa siguiente comienza a partir de 1985, aproximadamente, y será encabezada por el economista Hérnan Büchi. En ella los esfuerzos se centrarán en el desarrollo de un conjunto de políticas de ajustes de precios y se tratará de reducir la necesidad de contar con créditos externos.

La necesidad de recursos financieros llevó a Chile a tener que recurrir al Fondo Monetario Internacional (FMI) y al Banco Mundial.

Como condición para entregar recursos, el FMI propuso un programa basado en tres elementos claves:

a) Política fiscal: Su objetivo principal era controlar el déficit del sector público.

b) Política monetaria: Disminución de los montos de créditos entregados al sector público.

c) Política salarial: Mantención y reducción en términos reales del piso salarial mínimo con el fin de respaldar la devaluación real.

La aplicación sistemática y ordenada de estas condiciones, junto con el pago total y puntual de los intereses de la deuda externa, permitieron contar con el apoyo de recursos constantes, tanto el FMI como el Banco Mundial y del Banco Interamericano del Desarrollo (BID).

Si se comparan algunas cifras del periodo 1982-1989 se ve como el ajuste tuvo resultados positivos:

1982 1989

Balance Comercial Millones de US$ 63 1.578

Cuentas Corrientes Millones de US$ -(2.034) -(740)

Crecimiento Económico PGB (%) -(14,1) 10

Inflación (%) 20,7 21,4

Desempleo (%) 26,1 9,9

Fuente: Patricio Meller. Un siglo de economía política chilena (1890-1990) p.235, cuadro 3.20.

Fuente: Francisco Frías Valenzuela, Manual de Historia de Chile.


Texto nº2:“Surge el Liberalismo”

La economía del liberalismo, que se creía sepultada hacía setenta años, reapareció y se consolidó con el gobierno de Pinochet.

Sin tener un concepto propio de la economía, los militares la dejaron en manos de los Chicagos Boys, un grupo de economistas formados en la Universidad de Chicago, que eran partidarios del liberalismo más ortodoxo. Debía favorecerse el interés de los empresarios y de las empresas privadas, para fomentar la inversión nacional y extranjera. Esa política sería en provecho de los altos sectores sociales, pero algún día beneficiaría a los más desfavorecidos.

El gobierno pagó a las compañías extranjeras por la expropiación que se había hecho de las minas y estimuló nuevas exportaciones por capitales del exterior. Devolvió los bancos a sus antiguos propietarios y se hizo cargo de las deudas de ellos, pagándolas con dineros de todos los chilenos. También devolvió las industrias y los fundos expropiados por la Reforma Agraria y vendió a poderosos grupos económicos, a bajos precios, diversas empresas del Estado. Era una política de privatización.

En materia de previsión social, atención médica y jubilación, el Estado traspasó esas funciones a empresas privadas, las ISAPRES y las AFP.

Antes que la política liberal comenzara a dar resultados, hubo un empobrecimiento en los sectores medios y bajos. Una aguda cesantía expandió los niveles de miseria y se incrementó la violencia y la delincuencia a límites desconocidos hasta entonces.

Hacia fines de la década de 1980 la economía entró en un periodo de mayor holgura y durante los gobiernos de Aylwin y Frei Ruiz-Tagle ha llegado a un franco desenvolvimiento gracias al equilibrio de los aspectos macroeconómicos.

Ha seguido favoreciéndose la inversión de capitales de dentro y fuera del país, ha habido aumento de la exportación, ha bajado la inflación y se ha mantenido el valor de la moneda.

El presupuesto ha sido reorientado para invertir y gastar más en educación, salud, vivienda y obras públicas. Sueldos y salarios han aumentado moderadamente su valor real.

La empresa privada, favorecida por la política económica, ha mostrado capacidad organizativa y un espíritu muy dinámico. Han tomado importancia las compañías destinadas a los rubros de minería, celulosa, papel, fruta, electricidad y telecomunicaciones. Bajo las nuevas circunstancias, han aumentado sus capitales y sus ganancias.

Los altos sectores de la sociedad han sido los más favorecidos con la riqueza, se ha acentuado el lujo y los gastos superfluos. La oferta de bienes caros, que no se justifican, ha desarrollado el consumismo y ni siquiera ha escapado, en un nivel más modesto, la baja clase media. En tal situación, subsisten sectores de extrema pobreza.

Fuente: Sergio Villalobos R., Breve Historia de Chile.



Texto nº3:“La Economía”

El cobre llegó a ser la principal fuente de entradas del erario nacional gracias a las inversiones efectuadas por compañías estadunidenses. Su producción aumentó de 192.500 toneladas en 1925 a 1.412.000 en 1988. Durante la Segunda Guerra Mundial y la de Corea, Chile vendió el metal a precios fijados por los Estados Unidos, con enormes pérdidas para el fisco. Chilenizado y nacionalizado, financió casi 70% del presupuesto nacional. El Departamento del Cobre (1955) supervisó todo lo relacionado con su producción, venta y contribuciones. En 1966 se constituyó Codelco. Notable incremento tuvieron las extracciones de oro, litio, plata y molibdeno. La industrialización se aceleró a partir de 1938 gracias a la influencia de la Corfo. Durante el gobierno militar aumentó la producción agropecuaria y forestal destinada a mercados externos. Aun así, la modernización originó enormes desigualdades en la distribución del ingreso, estimándose que hacia 1990 había 5 millones de pobres, casi 40% de la población. La lucha contra la inflación, en cambio, tuvo resultados positivos, especialmente en los últimos años de la década de 1980.

En 1974 la deuda externa pública se elevaba a 3.583 millones de dólares, en tanto que la privada alcanzaba 443 millones de dólares. El programa económico de reactivación llevado a cabo por el régimen militar significó una apertura al crédito internacional con el consiguiente endeudamiento, sin que se adoptaran las medidas fiscalizadoras que asegurasen el destino de los préstamos avalados por el Estado. Así, en 1982 la deuda pública había crecido a 5.166 millones de dólares, lo cual representaba un aumentó dentro de la perspectiva del modelo económico en boga, aun considerando los riesgos de la inestable economía mundial. La deuda externa privada, sin embargo, llegaba a 8.726 millones de dólares, sin que existiese constancia efectiva de que los grupos económicos que surgieron en la época realmente la hubiesen invertido en proyectos de desarrollo. La crisis económica internacional dejó, en la segunda mitad de 1982, sumido al país en una dramática situación, debiendo suspender el pago oportuno de las amortizaciones. La banca privada estuvo a punto de quebrar. El gobierno decidió intervenirla, asumiendo deudas que superaban los 6 mil millones de dólares. Mientras parte de los más importantes bancos eran traspasados a pequeños inversionistas mediante el proceso de capitalismo popular financiado por la Corfo, el Estado se abocó, con éxito, a renegociar la deuda que tomó a su cargo para salvar el proceso productivo nacional.

Fuente: Osvaldo Silva Galdames, Breve Historia Contemporánea de Chile.







martes, 25 de septiembre de 2012

Napoleon III

(Carlos Luis Napoleón Bonaparte; París, 1808 - Chislehurst, Kent, Inglaterra, 1873) Presidente de la República y emperador de Francia. Era sobrino del primer Napoleón y quizá hijo natural suyo. En su juventud tuvo una trayectoria como conspirador liberal, participando en los movimientos revolucionarios italianos de 1831; y desde que, en 1832, heredó la «jefatura» de la dinastía Bonaparte por la muerte del duque de Reichstadt, se dedicó a intentar la conquista del poder protagonizando sendos intentos frustrados de derrocar a Luis Felipe de Orléans, uno en Estrasburgo en 1836 y otro en Boulogne en 1840.


Este último fracaso le costó la condena a cadena perpetua en el castillo de Ham, pero consiguió evadirse en 1846 y halló refugio en Inglaterra. De aquella época le quedó una mala salud que le acompañaría durante el resto de su vida (reumatismo y problemas renales), una aureola romántica de aventurero y luchador por las libertades, y un círculo de amigos incondicionales en los que se apoyaría durante su carrera política.



La Revolución de 1848, que instauró en Francia la Segunda República, le permitió regresar al país y participar en la política activa. El restablecimiento del sufragio universal en un país predominantemente campesino le proporcionó un éxito electoral inmediato, beneficiándose de la memoria de su tío y de la asociación del nombre Bonaparte con una época de orden en libertad y de hegemonía continental de Francia.



Fue así como se convirtió en primer -y único- presidente de la Segunda República en 1848, con un mensaje político ambiguo que proponía la síntesis entre los principios de la Revolución de 1789 y los deseos de orden y paz social que albergaba la Francia más conservadora: en su mensaje y en su acción de gobierno se mezclarían siempre el autoritarismo contra el «peligro» de la revolución social y un reformismo liberal de tendencia democrática (contrario al predominio de los notables tradicionales) e incluso socialista (bajo la influencia de los discípulos de Saint-Simon).



Como presidente de la República, Luis Napoleón siguió la corriente conservadora mayoritaria en la Asamblea: se ganó el apoyo de los católicos al dejar la enseñanza privada en manos de la Iglesia (Ley Falloux, 1849) e intervenir militarmente para reponer el poder del papa contra la República Romana (1849); al mismo tiempo, salvaguardó su imagen presentándose como víctima impotente de las medidas más impopulares de la Asamblea. Y, sobre todo, se esforzó por acrecentar su poder personal, recortando el sufragio universal y las libertades.



En 1851 protagonizó un golpe de Estado destinado a perpetuarse en la presidencia en contra de las prescripciones constitucionales, golpe que sancionó después con un plebiscito que ganó abrumadoramente. Había comenzado su estilo de gobierno, consistente en una mezcla de autoritarismo personal y apelación directa al pueblo, eliminando la intermediación de los partidos y del Parlamento. En 1852 completó la configuración de su dictadura promulgando una carta otorgada de corte cesarista, inspirada en la Constitución del año VIII (1799), y restableciendo en su persona la dignidad imperial hereditaria; el que había sido príncipe presidente pasaba a llamarse entonces Napoleón III, emperador de los franceses.

El carácter dictatorial y el origen violento de aquel Segundo Imperio le obligó a buscar una legitimación suplementaria por la vía de las realizaciones: lanzó una política exterior encaminada a desmontar el orden europeo establecido por el Congreso de Viena (1815) y restablecer el papel de Francia como gran potencia mundial, política nacionalista y expansiva que le atrajo la simpatía de las masas populares urbanas (ya que se presentó como intervención en favor de nobles causas liberales y nacionalistas, como la de la unificación italiana luchando a favor del Piamonte contra Austria, en 1859) y que tenía la ventaja adicional de mantener a los militares absorbidos en aventuras exteriores.



En el interior, compensó el recorte de las libertades individuales con una política de reformas sociales dirigida a desmovilizar el potencial revolucionario del movimiento obrero (legalizando la huelga e impulsando la organización sindical obrera desde 1864); y se esforzó por potenciar el desarrollo económico apoyando a la gran industria, facilitando las grandes concentraciones financieras (como la de la banca Péreire), extendiendo la red de ferrocarriles, remodelando las ciudades (fundamentalmente París, reformada bajo la dirección de Haussmann), exportando capitales (por ejemplo, con la construcción del canal de Suez, obra de Lesseps), ampliando los mercados con la expansión colonial (Senegal, Argelia, Nueva Caledonia, Siria, Egipto, Indochina…) y suscribiendo un audaz tratado de libre comercio con Gran Bretaña (el Tratado Cobden-Chevalier de 1860). Con todo ello, hizo del Segundo Imperio (1852-70) una fase muy significativa en el proceso de industrialización de Francia.



La dureza de los siete primeros años de «Imperio autoritario» (1852-59) dejó pasó a un cambio de tendencia más progresista desde la intervención militar en Italia de 1859 (que llevó al régimen a romper con la opinión católica y conservadora, al apoyar la unificación italiana a costa del poder temporal del Papado) y del Tratado comercial de 1860 (que inauguraba una política económica más liberal, enemistando al régimen con parte de la clase empresarial francesa). Pero este giro no modificó sustancialmente las instituciones políticas, que siguieron marcadas por el autoritarismo hasta que, en 1869-70, el régimen inició una evolución hacia el parlamentarismo, en un experimento de «Imperio liberal» que no llegó a cuajar por la inmediata caída del Imperio.



Ésta vino provocada por las aventuras exteriores: las primeras se habían visto coronadas por el éxito, por ejemplo, la intervención contra Rusia en la Guerra de Crimea de 1854-55, que llevó al régimen a su momento de máxima gloria con la reunión del Congreso de paz en París, simultáneamente a la Exposición Universal de 1855 (que proyectó al mundo la imagen de una Francia moderna y pujante) y al nacimiento de un príncipe heredero del matrimonio de Napoleón III con Eugenia de Montijo (lo que parecía asegurar la sucesión monárquica).



Aquel éxito, completado con el de la guerra de unificación italiana, llevó al emperador a confiar excesivamente en su propio sueño de poderío universal, animándole a un intento de intervención diplomática en la Guerra de Secesión americana (1861-65), a un proyecto de hegemonía francesa sobre América Latina que comenzaría por la instauración en México del régimen imperial de Maximiliano (1864-67) y a la pretensión de obtener compensaciones territoriales en Alemania por la «benévola» neutralidad de Francia en la Guerra Austro-Prusiana (1866); todos esos intentos se saldaron con otros tantos fracasos, que prepararon el descalabro final: dejándose arrastrar por un incidente diplomático sin importancia (el telegrama de Ems, a propósito de la candidatura de un príncipe Hohenzollern al vacante Trono de España), Napoleón III aceptó ir a la guerra contra Prusia en 1870, confiando en su capacidad para frenar la potencia ascendente de la Prusia de Bismarck y el peligro de que condujera a formar un Estado alemán fuerte y unido.



La derrota en la Guerra Franco-Prusiana (1870) fue completa, cayendo incluso el emperador prisionero del ejército prusiano en la batalla de Sedán. Ello provocó el hundimiento del Segundo Imperio frente a las fuerzas republicanas, al tiempo que estallaba en París la Revolución de la Comuna y que Bismarck completaba la unificación del Imperio Alemán (declarada en Versalles en 1871) y arrebataba a Francia las provincias de Alsacia y Lorena.



Una vez puesto en libertad, el ex emperador se refugió en Inglaterra, desde donde siguió proclamando las virtudes del bonapartismo y reclamando sus derechos al Trono, pues nunca abdicó. El controvertido y ambiguo dictador moría tres años después, dejando a la posteridad un modelo de populismo autoritario y modernizador, que sin duda ha inspirado a políticos como el general De Gaulle.

Napoleon II


(Francisco Carlos José Bonaparte; París, 1811-Schönbrunn, 1832) Hijo de Napoleón I y María Luisa de Austria. Heredero del Imperio, recibió al nacer el título de rey de Roma. El emperador abdicó en él después de los Cien Días. A la caída del emperador fue llevado a Viena, a la corte de su abuelo materno Francisco II, quien le concedió el título de duque de Reichstadt y lo hizo educar a la austríaca; murió tuberculoso a los 21 años, sin haber vuelto a ver a su padre ni pisado suelo francés.

martes, 11 de septiembre de 2012

Maximilian de Robespierre

Político de la Revolución francesa que instauró el régimen del Terror (Arras, Artois, 1758 - París, 1794). Procedente de la pequeña nobleza del norte de Francia, se hizo abogado y frecuentó los círculos literarios y filosóficos de su ciudad en la década de 1780; sus escritos de esa época muestran la influencia de las ideas democráticas de Rousseau.




Cuando Luis XVI convocó a los Estados Generales para resolver la quiebra de las finanzas reales (1788), Robespierre fue elegido para representar al Tercer Estado de Artois. Y cuando la conversión del Tercer Estado en Asamblea Nacional puso en marcha la Revolución francesa (1789), Robespierre se erigió en defensor de las ideas liberales y democráticas más avanzadas (por ejemplo, fue él quien propuso la ley de 1791 que prohibía la reelección de los diputados, con la intención de renovar radicalmente el personal político).

No obstante, no parece que sostuviera convicciones republicanas hasta que la deslealtad del rey a la Constitución (con el intento de fuga de la familia real en 1791) defraudó su confianza en la fórmula monárquica; entonces sí, fue uno de los promotores de la ejecución de Luis XVI y de la implantación de la República.



Hombre íntegro, virtuoso y austero (recibió el sobrenombre de el Incorruptible), llevó su rigor moral y su fidelidad a los principios hasta el fanatismo. Esa fama le convirtió en uno de los líderes más destacados del Club de los Jacobinos, que agrupaba al partido revolucionario radical. Allí sostuvo la idea de mantener la paz con las potencias extranjeras para consolidar la revolución en Francia, pues veía en la guerra exterior que impulsaban los girondinos un claro peligro de debilitamiento del régimen.



El apoyo de las masas revolucionarias de París (los sans-culottes) a tales ideas se expresó en una «revolución dentro de la Revolución» en 1792-93, que llevó a Robespierre al poder: primero como miembro de la Comuna revolucionaria que ostentaba el poder local; luego como representante de la ciudad en la Convención nacional que asumió todos los poderes, y en la que Robespierre apareció como portavoz del partido radical de la Montaña (junto con Danton y Marat); y, una vez eliminados del poder los girondinos, como miembro del Comité de Salvación Pública en el que la Convención delegó el poder ejecutivo (1793).



Tras arrebatarle el poder a Danton, Robespierre se convirtió en el «hombre fuerte» de aquel Comité, secundado por Saint-Just; instauró una dictadura de hecho para salvar a la Revolución de las múltiples amenazas que se cernían sobre ella: el ataque militar de las monarquías absolutistas europeas coligadas contra Francia, la amplitud de la insurrección contrarrevolucionaria en el interior (conocida como la Vendée), la quiebra de la Hacienda Pública y el empobrecimiento de las masas populares.

Robespierre impuso una sangrienta represión para impedir el fracaso de la Revolución, no dudando en aprobar leyes que recortaban las libertades y simplificaban los trámites procesales en favor de una «justicia» revolucionaria tan expeditiva como arbitraria; completaba el mecanismo represivo un sistema de delación extendido por todo el país mediante 20.000 comités de vigilancia. En 1794 eliminó físicamente a la extrema izquierda (los partidarios de Hébert) y a los revolucionarios moderados (los indulgentes de Danton y Desmoulins), al tiempo que perseguía sin piedad a toda clase de contrarrevolucionarios, monárquicos, aristócratas, clérigos, federalistas, capitalistas, especuladores, rebeldes, traidores y desafectos (hasta 42.000 penas de muerte en un año).




Buscaba así eliminar las disensiones y cohesionar a la población en torno al gobierno revolucionario y al esfuerzo de guerra. Adoptó medidas sociales encaminadas a ganarse el apoyo de las masas populares urbanas, como la congelación de precios y salarios. Quiso recuperar la religión como fundamento espiritual de la moral y del Estado, instaurando por decreto el culto del Ser Supremo y celebrando en su honor una fiesta en la que quemó una estatua que simbolizaba el ateísmo. El éxito obtenido en la batalla de Fleurus (1794), que detuvo el avance de los ejércitos austriacos y prusianos hacia París, culminó la obra de Robespierre poniendo a salvo el régimen revolucionario; pero fue también el inicio de su caída, pues al desaparecer la situación de emergencia resultaban aún más injustificados los excesos del Terror.



Una coalición de diputados de diversas tendencias obtuvo de la Convención el cese y arresto de Robespierre y sus colaboradores en el Comité, en una turbulenta sesión en la que se impidió hablar a los acusados y en la que el propio Robespierre resultó herido. De nada sirvió el conato de insurrección popular que protagonizaron los sans-culottes para salvar a Robespierre. Juzgado por sus propios métodos, fue guillotinado junto con 21 de sus partidarios en la plaza de la Revolución, poniendo fin al Terror y dando paso a un periodo de reacción hacia posiciones moderadas.



Jean-Paul Marat

(Boudry, Francia, 1743-París, 1793) Político francés. Nació en el seno de la humilde familia Mara, de origen sardo, de la que tomó su apellido. Estudió medicina en París y se doctoró en Londres, donde en 1774 publicó en inglés The Chains of Slavery, obra en la que critica a la monarquía ilustrada. De este período datan sus primeros contactos con la francmasonería.





Al estallar la Revolución Francesa aumentó su exaltada propaganda de la misma, lo que le granjeó no pocas amonestaciones y enemistades. La publicación del periódico L'Ami du Peuple, plataforma de sus ideas sobre la libertad de expresión y la condena del Antiguo Régimen, lo llevó a prisión por primera vez.



Como miembro del club de los cordeliers, dirigió fuertes ataques contra el ministro Necker, La Fayette y el rey Luis XVI cuando éste trató de huir de Francia. Sus virulentas críticas le obligaron a exiliarse en Londres en dos ocasiones. Sin embargo, sus ideas y su defensa de los derechos del pueblo lo convirtieron en un personaje muy apreciado y popular.



En 1792 tomó parte en las matanzas de septiembre y fue elegido miembro de la Convención y de la Comuna de París, pero tropezó con la animadversión de los girondinos al incitar al pueblo a usar la fuerza y reclamar la dictadura. Cerró su antiguo periódico para publicar el Journal de la Republique Française, y consiguió los votos necesarios para enviar a Luis XVI a la guillotina.



Durante la crisis de la primavera de 1793, los girondinos consiguieron que la Convención le acusase de incitar al pueblo a la violencia, pero fue declarado inocente. La caída definitiva de los girondinos se produjo el 2 de junio de 1793, pero Marat, enfermo y exhausto tras años de lucha, abandonó la Convención. Poco después, el 13 de julio, fue asesinado por la girondina Charlotte Corday.





Georges- Jacques Danton




Político de la Revolución francesa (Arcis, Aube, 1759 - París, 1794). A partir del estallido de la Revolución en 1789, este joven abogado se erigió como líder de las masas populares de París, con las que conectó gracias a su oratoria llana, su energía desbordante y su carácter vitalista.

Fue uno de los animadores del Club de los Cordeliers, aunque mantenía contacto con el de los Jacobinos. Apenas había entrado en la Administración revolucionaria de París cuando el intento de huida de Luis XVI a  Varennes le hizo apoyar las peticiones de instaurar la República (1791); pero escapó a la represión sobre el movimiento republicano huyendo a Inglaterra y atrayéndose así las primeras acusaciones de inmoralidad.



A su regreso se convirtió en uno de los inspiradores de las jornadas revolucionarias de 1792 que dieron paso al régimen de la Convención; al principio ocupó en dicho régimen un papel político preponderante, teóricamente como ministro de Justicia, pero en la práctica actuando como un verdadero jefe de gobierno. Elegido diputado por París, se alineó con el radical partido de la Montaña, si bien sus ideas le inclinaban más bien a un compromiso con los rivales girondinos.

En 1793 propuso la creación de un sistema de Comités que ejercerían el poder ejecutivo ante la situación de emergencia creada por las amenazas interiores y exteriores contra el régimen revolucionario. Él mismo llegó a presidir el más importante, el Comité de Salvación Pública; sin embargo, tres meses más tarde fue expulsado y sustituido por Robespierre, dando comienzo un periodo de dictadura revolucionaria de los «montañeses».

lunes, 10 de septiembre de 2012

La independencia de Estados Unidos

El 4 de julio de 1776, el Congreso de Filadelfia aprobó la Declaración de Independencia, inspirada en las ideas liberales del británico John Locke (1632-1704) y el francés Montesquieu (1689-1755).

El 4 de julio de 1776




Monarca británico Jorge III

La guerra entre España, Francia y Gran Bretaña por el dominio de América del Norte se resolvió el 10 de febrero de 1763 con la firma del Tratado de París. Los británicos obtuvieron todo el territorio francés al norte de los grandes lagos –que actualmente corresponde a Canadá–, más Luisiana al este del Mississippi, mientras España se adueñó del territorio ubicado al oeste de este río. Además, la corona española cedió a los británicos Florida, a cambio de Cuba y Filipinas. Con esto, Francia quedó sin territorios en América del Norte, salvo por las islas de Saint Pierre y Miquelon frente a la costa meridional de Terranova. También conservó sus posesiones en las Antillas.



Por lo tanto, en 1763, América del Norte estaba dividida entre Gran Bretaña y España.



Las posesiones de ambas naciones estaban separadas por el río Mississippi. Sólo la zona noroccidental seguía siendo una tierra de nadie.



En 1763, en la Norteamérica británica había 1.250.000 blancos y más de 250 mil esclavos, equivalentes al veinte por ciento de la población de Gran Bretaña, aunque el nuevo territorio era mucho más extenso y rico.



La paz de París contribuyó al desarrollo económico de los colonos. En el norte se dedicaron al comercio y en el sur a la agricultura. Esta prosperidad fue generando la aspiración de autogobernarse.



La causa más directa de la independencia fue la política autoritaria y comercialmente restrictiva del monarca británico Jorge III (1738-1820), que cada cierto tiempo determinaba la aplicación de nuevos impuestos.



En 1773, a causa de la aplicación de un gravamen sobre el té, se produjeron graves incidentes en el puerto de Boston. Los colonos, disfrazados de indios pieles rojas, asaltaron y arrojaron al mar el cargamento de té de tres barcos. El rey proclamó estado de excepción, se clausuró el puerto de Boston, se redujo el poder político de Massachusetts y se envío a la metrópoli a los funcionarios responsables del motín, para ser juzgados. Además, se establecieron nuevas medidas para controlar el comercio y la distribución de tierras, lo que dificultó la expansión de los colonos.



Los colonos deciden organizarse



Pese a las restricciones impuestas por la Corona británica, las colonias habían desarrollado gobiernos parlamentarios capaces de organizarse y dirigir movimientos independentistas.



En octubre de 1774, delegados de las trece colonias se reunieron en el I Congreso de Filadelfia. Redactaron una Declaración de derechos y decidieron suspender el comercio con Inglaterra hasta que se eliminaran los impuestos establecidos por Jorge III. Además, se estableció un gobierno de hecho, la Association.



La resistencia armada se inició el 19 de abril de 1775, cuando las fuerzas británicas atacaron los almacenes militares de las tropas independentistas en Concord, Massachusetts. Los colonos vencieron en esa ciudad y en Lexington.



Luego de los enfrentamientos, un II Congreso de Filadelfia acordó su separación de la Corona británica.



En junio, George Washington fue nombrado comandante de las fuerzas insurgentes. Este ejército sitió Boston, que once meses después fue evacuada. Los ingleses trataron de recuperar terreno, pero los independentistas lograron derrotarlos.



El 4 de julio de 1776, el Congreso de Filadelfia aprobó la Declaración de Independencia, inspirada en las ideas liberales del británico John Locke (1632-1704) y el francés Montesquieu (1689-1755). El documento fue redactado por Thomas Jefferson (1743-1826), John Adams y Benjamin Franklin (1706-1790). En esta declaración se formularon por primera vez los derechos del hombre. Después serviría de modelo para la revolución francesa.



Tras el triunfo de Saratoga en 1777, Benjamin Franklin se convirtió en el primer embajador de Estados Unidos en París e inició una campaña a favor de la causa independentista. El conflicto pasó a ser internacional cuando Francia, en 1778, España, en 1779, y los Países Bajos, en 1780, decidieron entrar a la guerra en apoyo de los colonos, con el objeto de debilitar a Gran Bretaña, que siempre había sido su enemigo tradicional. Aunque mantuvo la neutralidad, Catalina II de Rusia también les dio su respaldo.



Las fuerzas de los colonos estaban integradas por el ejército y por milicias carentes de preparación. Estas últimas eran campesinos reclutados por períodos de tres meses. Su flota era muy reducida frente a la de los británicos.



El apoyo francés y español resultó vital para desafiar el poderío naval y el comercio británico. La ayuda francesa en el continente, al mando del marqués de Lafayette, y el programa de instrucción para los combatientes desarrollado por el barón prusiano Friedrich Wilhelm von Steuben, al servicio de Francia, también fueron muy decisivos. España envió su ayuda económica y fuerzas militares.



Las tropas británicas fueron vencidas definitivamente en la batalla de Yorktown en 1781. La paz se firmó en Versalles en 1783. Gran Bretaña reconoció la independencia de sus colonias, que adoptarían el nombre de Estados Unidos de América, y aceptó sus fronteras, limitando al oeste con el río Mississippi, al norte con Canadá –que se mantuvo bajo el dominio británico– y al sur con Florida. Francia recuperó Tobago, Santa Lucía y Senegal, en África. España recobró Florida, algunos territorios de Honduras y, en el Mediterráneo, Menorca.



La organización del nuevo país



El 17 de septiembre de 1787, la Convención Nacional de Filadelfia aprobó la Constitución de Estados Unidos, que estableció una república federal. Además, se puso en práctica la división de poderes en ejecutivo, legislativo y judicial.



El ejecutivo estaba en manos de un presidente elegido cada cuatro años. El primero fue George Washington (1789-1797). El legislativo sería ejercido por un Congreso compuesto por dos cámaras: el Senado y la Cámara de representantes. El poder judicial quedó a cargo de la Corte Suprema, formada por jueces vitalicios, encargados de velar por el respeto a las leyes constitucionales y a los derechos de los ciudadanos.

Orígenes de la revolución norteamericana



Incendio de Charlestown, acaecido en las fases iniciales de la batalla de Bunker Hill, el 17 de junio 1775.

La guerra de los Siete Años (1756-1763) conocida por los norteamericanos como guerras Indias, entre España, Francia y Gran Bretaña, por el dominio de América del Norte, se resolvió el 10 de febrero de 1763 con la firma del Tratado de París. Los británicos obtuvieron todo el territorio francés al norte de los grandes lagos que actualmente corresponde a Canadá, más Luisiana al este del Mississippi, mientras España se adueñó del territorio ubicado al oeste de este río. Además, la corona española cedió a los británicos Florida, a cambio de Cuba y Filipinas.



Con esto, Francia quedó sin territorios en América del Norte, salvo por las islas de Saint Pierre y Miquelon, frente a la costa meridional de Terranova. También conservó sus posesiones en las Antillas.



Por lo tanto, en 1763, América del Norte se hallaba dividida entre Gran Bretaña y España. Las posesiones de ambas naciones estaban separadas por el río Mississippi. Sólo la zona noroccidental seguía siendo tierra de nadie.



Este tratado contribuyó al desarrollo económico de los colonos. En el norte se dedicaron al comercio y en el sur a la agricultura. Pero esta libertad económica no duró mucho, porque las relaciones con Inglaterra empezaron a deteriorarse. Esto se debió a la política autoritaria y comercialmente restrictiva del monarca británico Jorge III (1738-1820), que cada cierto tiempo determinaba la aplicación de nuevos impuestos a mercancías a las cuales los norteamericanos daban mucha importancia, como la melaza, con la que producían el ron. También el impuesto al timbre, con el cual las actas públicas, los documentos notariales y los contratos comerciales quedaban sometidos a ese nuevo gravamen. En estas circunstancias, los colonos se sintieron seriamente amenazados en sus libertades. Celosos de su propia autonomía, los ciudadanos de las colonias protestaron enérgicamente.



El 10 de mayo de 1773 se produjeron graves incidentes en el puerto de Boston, debido a la desesperación de los americanos por la decisión del gobierno británico de aplicar un gravamen a la importación de té. La Compañía de las Indias Orientales solicitó y obtuvo de los ingleses el monopolio de la venta de té en las colonias de América. Para el espíritu de los colonos, la decisión de Londres era inaceptable y contra esa ley del té actuaron de diferentes maneras, sobre todo boicoteando el producto inglés. El radical Samuel Adams preparó junto con otros compatriotas, el día 16 de diciembre de 1773, el famoso incidente del té de Boston; disfrazados de indios pieles rojas, asaltaron y arrojaron al mar el cargamento de tres barcos de la compañía: 343 cajas valoradas en 10.000 libras. El rey Jorge III proclamó estado de excepción, clausuró el puerto de Boston, redujo el poder político de Massachusetts y envió a la metrópoli a los funcionarios responsables del motín, para ser juzgados.

La Declaración de la Independencia



El 4 de julio de 1776, el Congreso de Filadelfia aprobó la Declaración de Independencia.

El 4 de julio de 1776, en el Congreso de Filadelfia, los representantes de las trece colonias firmaron la Declaración de Independencia, en la que asumían el nombre de Estados Unidos de América, inspirado en las ideas liberales del británico John Locke (1632-1704) y el francés Charles de Secondat, (1689-1755), barón de Montesquieu . El documento fue redactado por Thomas Jefferson (1743-1826) abogado de Virginia, quien con posterioridad se convirtió en el tercer Presidente de los Estados Unidos, John Adams y Benjamín Franklin (1706-1790).



En la declaración —aparte de las acusaciones vertidas contra el rey Jorge III y su gobierno— se consigna uno de los principios más revolucionarios jamás escrito anteriormente: “todos los hombres han sido creados iguales”. Y estos hombres, “recibieron de su Creador ciertos derechos inalienables, entre los cuales están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; así, para asegurar esos derechos, se han instituido los gobiernos entre los hombres, derivándose sus justos poderes del consentimiento de los gobernados; de tal manera que si cualquier forma de gobierno se hace destructiva para esos fines, es un derecho del pueblo alterarlo o abolirlo, e instituir un nuevo gobierno, basando su formación en tales principios y organizando sus poderes de la mejor forma que a su juicio pueda lograr su seguridad y felicidad”. Después, este modelo serviría para la Revolución Francesa.

La lucha independentista



El ejército británico fue derrotado en la batalla de Yorktown.

En agosto de 1776, George Washington tuvo que abandonar la ciudad de Nueva York, que permanecería en poder de los ingleses hasta el final de la guerra. Se retiró a través del río Delaware, pero ese mismo invierno volvió a cruzar y obtuvo dos victorias decisivas: las de Trenton Bridge y Princetown.



Tras el triunfo en Saratoga, el 17 de octubre de 1777, Benjamín Franklin se convirtió en el primer embajador de Estados Unidos e inició en París una campaña a favor de la causa independentista, despertando profundas simpatías en Europa. Debido a esto, el conflicto pasó a ser internacional cuando Francia, en 1778, España, en 1779, y los Países Bajos, en 1780, decidieron entrar a la guerra en apoyo de los colonos, con el objeto de debilitar a Gran Bretaña, que había sido su enemigo tradicional.



Los colonos habían desarrollado sus campañas sobre todo en tierra. Sus fuerzas estaban integradas por el ejército y por milicias, que carecían de preparación, ya que eran campesinos reclutados por períodos de tres meses. Su flota era muy reducida frente a la de los británicos.



El apoyo francés y español resultó vital para desafiar el poderío naval y el comercio británico. La ayuda francesa en el continente, al mando de Marie Joseph Motier, marqués de La Fayette, y el programa de instrucción para los combatientes desarrollado por el barón prusiano Friedrich Wilhelm von Steuben, al servicio de Francia, también fueron muy decisivos. España envió su ayuda económica y a un ejército capitaneado por Bernardo de Gálvez, que reconquistó Florida en 1781.



La guerra duró seis años, hasta que las tropas británicas comandadas por Charles Cornwallis fueron vencidas en la batalla de Yorktown, en octubre de 1781. De ahí en adelante comenzaron los preparativos para la paz, la que llegó el 3 de septiembre de 1783, con la firma en Versalles del Tratado de París, donde Gran Bretaña reconoció formalmente la existencia de Estados Unidos y aceptó sus fronteras: al oeste con el río Mississippi, al norte con Canadá —que se mantuvo bajo el dominio británico— y al sur con Florida. Francia recuperó Tobago, Santa Lucía y Senegal, en África. España recobró Florida, algunos territorios de Honduras y, en el Mediterráneo, Menorca.

La perspectiva del nuevo país



George Washington

El 17 de septiembre de 1787, la Convención Nacional de Filadelfia aprobó la Constitución de Estados Unidos, que organizó al nuevo país como una república federal, en la que cada estado conservó sus instituciones. Además, se puso en práctica la división de poderes en Ejecutivo, Legislativo y Judicial.



El Ejecutivo estaba en manos de un Presidente elegido cada cuatro años.

El primer presidente fue George Washington (1789-1797).



El Legislativo sería ejercido por un Congreso compuesto por dos cámaras: el Senado y la Cámara de Representantes.



El Poder Judicial quedó a cargo de la Corte Suprema, formada por jueces vitalicios, encargados de velar por el respeto a las leyes constitucionales y los derechos de los ciudadanos.



Desde ese momento, los aspectos comerciales e industriales fueron favorables. Era la premisa para la gloriosa epopeya de los pioneros de esta nueva nación