jueves, 18 de octubre de 2012

El colonialismo

Imperialismo y colonialismo

Potencias ambiciosas


Los países europeos, hasta el siglo XVIII regidos por el absolutismo, crearon constituciones y dieron representación política a las fuerzas activas de su población. Italia y Alemania se unificaron, y Estados Unidos e Inglaterra democratizaron sus instituciones. Además, la revolución industrial y tecnológica incrementó su poder económico y militar.

Todas estas condiciones reactivaron la expansión a ultramar, que había sido suspendida tras la emancipación de las colonias inglesas y españolas en América.

Fueron los estados europeos quienes primero extendieron su influencia económica, militar, cultural y política sobre el resto del planeta. Luego, Estados Unidos y Japón se sumaron.

A esta expansión, que comenzó en el siglo XVIII y que duró hasta la I Guerra Mundial, se le llamó imperialismo.

La necesidad de dar salida a los excedentes de la población, de encontrar materias primas y nuevos mercados para sus productos, además de que los modernos medios de comunicación y transporte acortaron las distancias, fueron otros de los factores que determinaron la aparición del imperialismo.

Además, ninguna gran potencia quería quedarse atrás respecto de las otras en el reparto del mundo. También existía un convencimiento casi sagrado de que debían expandir la civilización cristiana occidental al resto del mundo y civilizar a los pueblos primitivos.

Explotación, dependencia y barreras

Las características más importantes del colonialismo, y en cierta medida también del imperialismo, son la explotación económica del territorio conquistado, la dependencia política, imposición de barreras sociales entre colonizadores y población nativa, creación de un sistema ideológico que justifica la situación impuesta y la manifestación de actitudes sicológicas particulares entre colonizadores y colonizados, como, por ejemplo, que en el trato del primero hacia el segundo se da una mezcla de paternalismo, menosprecio y temor. Y el colonizado mira al otro como extraño e inalcanzable, aunque con el tiempo esta visión se transforma en odio y hostilidad.

Inglaterra, Francia y Alemania

Inglaterra

Inglaterra se quedó con el control del océano Índico y el mar Mediterráneo, para mantener libre el paso a la India. Compró la mayoría de las acciones del Canal de Suez y extendió su poder a Egipto. Después de una revuelta en 1882, durante la cual los egipcios dieron muerte a numerosos extranjeros que vivían en el país, Inglaterra desembarcó tropas en la zona y colocó a Egipto bajo su protección. Este, unido a Gibraltar, Malta y Chipre, le dio completo control sobre el Mediterráneo y el Canal de Suez.

Desde el norte de África, los ingleses prosiguieron hacia el sur e incorporaron Sudán, Uganda y Kenia (Zambia) a sus dominios. También avanzaron desde Sudáfrica hacia el norte, inspirados por Cecil Rhodes, uno de los principales defensores del imperialismo británico, quien deseaba crear un gran imperio colonial desde el Cabo de Buena Esperanza hasta el Cairo. Se apropiaron de Bechuanalandia (Botswana) y de Rhodesia (Zimbabwe).

Después de una cruenta guerra (Guerra de los boers, 1899-1902), los británicos vencieron a los boers (criollos de origen holandés), y dominaron las Repúblicas de Transvaal y Orange. Sólo la existencia de la colonia alemana de África Oriental impidió que el sueño de Rhodes se cumpliera.

Francia

Francia quiso levantar un gran imperio colonial en el norte de África, desde Dakar en la costa del océano Atlántico, hasta el Golfo de Aden en la costa del océano Índico. Para eso estableció las dos grandes colonias de África Occidental y África Ecuatorial y la pequeña colonia de Somalia.

Pero su incursión en Sudán fue detenida por Inglaterra, ante quien cedió bajo la amenaza de una guerra. Francia solo pudo quedarse con Túnez y Marruecos como protectorados, agregándolos a Argelia.

Alemania

Tuvo que contentarse con territorios dispersos, como Togo y Camerún en la zona ecuatorial, además de África Sudoccidental alemana (Namibia) y África Oriental alemana (Tanzania).

Inglaterra, Francia y Holanda

Uno de los ejemplos de los roces entre las potencias colonialistas fue Fachoda (en Sudán), donde el comandante francés Marchand (en la imagen) había instalado su destacamento, a pesar de que ese territorio era de dominio inglés.

Inglaterra

El principal objetivo colonialista de Gran Bretaña era India y cuando se consolidó en ese país (la reina Victoria se convirtió en emperatriz de la India en 1877), extendió su poder hacia el este: Birmania (Myanmar), Siam (Tailandia) y Malaca (parte de Malasia) y el oeste con Beluchistán (parte de Irán y Pakistán) y Afganistán.

Inglaterra fundó varios protectorados para resguardar a la India, la cual, gracias al cultivo del algodón, adquirió gran relevancia para la economía británica.

En 1841, Inglaterra se estableció en la isla de Hong Kong, donde, apoyada por otras potencias y a pesar de la resistencia del imperio chino, forzó a este último a abrir sus puertos y fronteras. Los ingleses usaron como pretexto para la guerra la prohibición China de importar opio en 1839 y la destrucción de los almacenes de opio de propiedad británica en Cantón.

Aparte de Inglaterra, los otros países beneficiados fueron Francia, Alemania y Rusia, con concesiones territoriales que les permitieron afianzar sus fuerzas militares y navales. Asimismo, lograron ventajas económicas, construyeron ferrocarriles, comenzaron la explotación del petróleo y otras materias primas y percibieron derechos aduaneros preferenciales.

A pesar de que China se mantuvo como un Estado independiente, en lo económico pasó a depender completamente de las potencias imperialistas.

Francia

Francia se convirtió en un auténtico imperio colonial a partir de la III República, en 1873, cuando desde Cochinchina se apoderó de Vietnam y Laos, fundando la Unión Indochina (Vietnam, Camboya, Laos y parte de Tailandia), en 1887.
Holanda

Holanda también intervino en Asia, apoderándose de las islas de la Sonda (Java, Sumatra, Bali, Timor, entre otras) y de parte del archipiélago malayo.

Asoma Estados Unidos

A fines del siglo XIX este país dejó atrás la doctrina del presidente James Monroe, que se resumía en la frase "América para los americanos", y abandonó su aislamiento.
Después de apoyar con éxito a Cuba en su guerra de independencia de España, en 1898, obtuvo Puerto Rico, Guam, las islas Marianas y las Filipinas. Cuba quedó sometida a una tutoría estadounidense, y entró en un periodo político con frecuente intervención de ese país en el campo económico y militar. En 1893, EE.UU. ya había anexado el archipiélago de Hawaii.

En 1903, luego de reconocer la independencia de Panamá (que se separó de Colombia), Estados Unidos construyó en este país el canal de Panamá, lo que en la práctica significó que se convirtiera en su protectorado. Desde 1901, y al amparo de la idea del panamericanismo, Estados Unidos ha intervenido prácticamente en todos los conflictos ocurridos en América.

Japón se abre al mundo


Japón fue la excepción en Asia, ya que se transformó en una potencia imperialista. Este país se mantuvo alrededor de 200 años casi completamente aislado del resto del mundo, pero en 1853 la amenaza de los cañones del comodoro estadounidense Mathew Perry lo obligó a abrir sus puertos al comercio internacional. En la era Meiji (1868-1912) se realizaron reformas que lo convirtieron en un Estado moderno al estilo occidental, además de una de las primeras potencias del mundo industrializado.

En 1890, Japón pasó a ser una monarquía constitucional y su desarrollo fue a la par con la aparición del nacionalismo y las revueltas sociales. La victoria militar sobre Rusia, en 1905, lo elevó a potencia colonial, con la ocupación de Corea, en 1910.

VISTA PANORÁMICA DEL SIGLO XX

DOCE PERSONAS REFLEXIONAN SOBRE EL SIGLO XX


Isaiah Berlin (filósofo, Gran Bretaña): «He vivido durante la mayor parte del


siglo xx sin haber experimentado —debo decirlo— sufrimientos personales.

Lo recuerdo como el siglo más terrible de la historia occidental».


Julio Caro Baroja (antropólogo, España): «Existe una marcada contradicción

entre la trayectoria vital individual —la niñez, la juventud y la vejez han

pasado serenamente y sin grandes sobresaltos— y los hechos acaecidos en el

siglo xx ... los terribles acontecimientos que ha vivido la humanidad».


Primo Levi (escritor, Italia): «Los que sobrevivimos a los campos de concentración

no somos verdaderos testigos. Esta es una idea incómoda que gradualmente

me he visto obligado a aceptar al leer lo que han escrito otros

supervivientes, incluido yo mismo, cuando releo mis escritos al cabo de

algunos años. Nosotros, los supervivientes, no somos sólo una minoría

pequeña sino también anómala. Formamos parte de aquellos que, gracias a la

prevaricación, la habilidad o la suerte, no llegamos a tocar fondo. Quienes lo

hicieron y vieron el rostro de la Gorgona, no regresaron, o regresaron sin

palabras».


Rene Dumont (agrónomo, ecologista, Francia): «Es simplemente un siglo de

matanzas y de guerras».


Rita Levi Montalcini (premio Nobel, científica, Italia): «Pese a todo, en este

siglo se han registrado revoluciones positivas ... la aparición del cuarto estado

y la promoción de la mujer tras varios siglos de represión».


William Golding (premio Nobel, escritor, Gran Bretaña): «No puedo dejar de

pensar que ha sido el siglo más violento en la historia humana».


Ernst Gombrich (historiador del arte, Gran Bretaña): «La principal característica


del siglo xx es la terrible multiplicación de la población mundial. Es

una catástrofe, un desastre y no sabemos cómo atajarla».


Yehudi Menuhin (músico, Gran Bretaña): «Si tuviera que resumir el siglo xx,

diría que despertó las mayores esperanzas que haya concebido nunca la

humanidad y destruyó todas las ilusiones e ideales».

Severo Ochoa (premio Nobel, científico, España): «El rasgo esencial es el

progreso de la ciencia, que ha sido realmente extraordinario ... Esto es lo que

caracteriza a nuestro siglo».


Raymond Firth (antropólogo, Gran Bretaña): «Desde el punto de vista tecnológico,

destaco el desarrollo de la electrónica entre los acontecimientos más

significativos del siglo xx; desde el punto de vista de las ideas, el cambio de

una visión de las cosas relativamente racional y científica a una visión no

racional y menos científica».


Leo Valiani (historiador, Italia): «Nuestro siglo demuestra que el triunfo de

los ideales de la justicia y la igualdad siempre es efímero, pero también

que, si conseguimos preservar la libertad, siempre es posible comenzar de

nuevo ... Es necesario conservar la esperanza incluso en las situaciones más

desesperadas».


Franco Venturi (historiador, Italia): «Los historiadores no pueden responder

a esta cuestión. Para mí, el siglo xx es sólo el intento constantemente renovado

de comprenderlo».

(Agosti y Borgese, 1992, pp. 42, 210, 154, 76, 4, 8, 204, 2, 62, 80, 140 y 160).   Fuente: Eric Hobsbawn, Historia del Siglo XX (pag 11 - 12)

El segundo imperio francés: Napoleón III

La restauración de los Borbones en Francia fue breve. La Revolución de julio de 1830 estableció la monarquía de Luis Felipe, derribada a su turno por la Revolución de febrero de 1848, que instauró la segunda república.


Luis Napoleón (sobrino de  Napoleón Bonaparte) acabó con la segunda república francesa y restableció el imperio el 2 de diciembre de 1852, tomando el nombre de Napoleón III.


Le correspondió ser el dirigente de la política europea durante 20 críticos años, en los cuales se consumaron las unificaciones de Italia y Alemania. Su régimen se apoyó en los generales que le habían ayudado a dar el golpe contrarrevolucionario y en la burguesía que había colaborado para conseguirlo. Al comienzo contó también con el apoyo popular, a excepción de los republicanos.


Asimismo, en un principio fue respaldado por los católicos y por los liberales. Su gobierno se caracterizó por la realización de importantes planes económicos, industriales y técnicos que incluso transformaron a París en la capital del mundo.

En política exterior, apoyó los diferentes movimientos nacionalistas, participó en la guerra de Crimea y desarrolló una activa política colonial, con obras tales como: la ocupación de Argelia, la apertura del canal de Suez, la ocupación de Senegal y luego la de Indochina.

Biografía de Napoleón III
 
Napoleón III

(Carlos Luis Napoleón Bonaparte; París, 1808 - Chislehurst, Kent, Inglaterra, 1873) Presidente de la República y emperador de Francia. Era sobrino del primer Napoleón y quizá hijo natural suyo. En su juventud tuvo una trayectoria como conspirador liberal, participando en los movimientos revolucionarios italianos de 1831; y desde que, en 1832, heredó la «jefatura» de la dinastía Bonaparte por la muerte del duque de Reichstadt, se dedicó a intentar la conquista del poder protagonizando sendos intentos frustrados de derrocar a Luis Felipe de Orléans, uno en Estrasburgo en 1836 y otro en Boulogne en 1840.

Este último fracaso le costó la condena a cadena perpetua en el castillo de Ham, pero consiguió evadirse en 1846 y halló refugio en Inglaterra. De aquella época le quedó una mala salud que le acompañaría durante el resto de su vida (reumatismo y problemas renales), una aureola romántica de aventurero y luchador por las libertades, y un círculo de amigos incondicionales en los que se apoyaría durante su carrera política.

La Revolución de 1848, que instauró en Francia la Segunda República, le permitió regresar al país y participar en la política activa. El restablecimiento del sufragio universal en un país predominantemente campesino le proporcionó un éxito electoral inmediato, beneficiándose de la memoria de su tío y de la asociación del nombre Bonaparte con una época de orden en libertad y de hegemonía continental de Francia.

Fue así como se convirtió en primer -y único- presidente de la Segunda República en 1848, con un mensaje político ambiguo que proponía la síntesis entre los principios de la Revolución de 1789 y los deseos de orden y paz social que albergaba la Francia más conservadora: en su mensaje y en su acción de gobierno se mezclarían siempre el autoritarismo contra el «peligro» de la revolución social y un reformismo liberal de tendencia democrática (contrario al predominio de los notables tradicionales) e incluso socialista (bajo la influencia de los discípulos de Saint-Simon).

Como presidente de la República, Luis Napoleón siguió la corriente conservadora mayoritaria en la Asamblea: se ganó el apoyo de los católicos al dejar la enseñanza privada en manos de la Iglesia (Ley Falloux, 1849) e intervenir militarmente para reponer el poder del papa contra la República Romana (1849); al mismo tiempo, salvaguardó su imagen presentándose como víctima impotente de las medidas más impopulares de la Asamblea. Y, sobre todo, se esforzó por acrecentar su poder personal, recortando el sufragio universal y las libertades.

En 1851 protagonizó un golpe de Estado destinado a perpetuarse en la presidencia en contra de las prescripciones constitucionales, golpe que sancionó después con un plebiscito que ganó abrumadoramente. Había comenzado su estilo de gobierno, consistente en una mezcla de autoritarismo personal y apelación directa al pueblo, eliminando la intermediación de los partidos y del Parlamento. En 1852 completó la configuración de su dictadura promulgando una carta otorgada de corte cesarista, inspirada en la Constitución del año VIII (1799), y restableciendo en su persona la dignidad imperial hereditaria; el que había sido príncipe presidente pasaba a llamarse entonces Napoleón III, emperador de los franceses.

El carácter dictatorial y el origen violento de aquel Segundo Imperio le obligó a buscar una legitimación suplementaria por la vía de las realizaciones: lanzó una política exterior encaminada a desmontar el orden europeo establecido por el Congreso de Viena (1815) y restablecer el papel de Francia como gran potencia mundial, política nacionalista y expansiva que le atrajo la simpatía de las masas populares urbanas (ya que se presentó como intervención en favor de nobles causas liberales y nacionalistas, como la de la unificación italiana luchando a favor del Piamonte contra Austria, en 1859) y que tenía la ventaja adicional de mantener a los militares absorbidos en aventuras exteriores.


En el interior, compensó el recorte de las libertades individuales con una política de reformas sociales dirigida a desmovilizar el potencial revolucionario del movimiento obrero (legalizando la huelga e impulsando la organización sindical obrera desde 1864); y se esforzó por potenciar el desarrollo económico apoyando a la gran industria, facilitando las grandes concentraciones financieras (como la de la banca Péreire), extendiendo la red de ferrocarriles, remodelando las ciudades (fundamentalmente París, reformada bajo la dirección de Haussmann), exportando capitales (por ejemplo, con la construcción del canal de Suez, obra de Lesseps), ampliando los mercados con la expansión colonial (Senegal, Argelia, Nueva Caledonia, Siria, Egipto, Indochina…) y suscribiendo un audaz tratado de libre comercio con Gran Bretaña (el Tratado Cobden-Chevalier de 1860). Con todo ello, hizo del Segundo Imperio (1852-70) una fase muy significativa en el proceso de industrialización de Francia.

La dureza de los siete primeros años de «Imperio autoritario» (1852-59) dejó pasó a un cambio de tendencia más progresista desde la intervención militar en Italia de 1859 (que llevó al régimen a romper con la opinión católica y conservadora, al apoyar la unificación italiana a costa del poder temporal del Papado) y del Tratado comercial de 1860 (que inauguraba una política económica más liberal, enemistando al régimen con parte de la clase empresarial francesa). Pero este giro no modificó sustancialmente las instituciones políticas, que siguieron marcadas por el autoritarismo hasta que, en 1869-70, el régimen inició una evolución hacia el parlamentarismo, en un experimento de «Imperio liberal» que no llegó a cuajar por la inmediata caída del Imperio.

Ésta vino provocada por las aventuras exteriores: las primeras se habían visto coronadas por el éxito, por ejemplo, la intervención contra Rusia en la Guerra de Crimea de 1854-55, que llevó al régimen a su momento de máxima gloria con la reunión del Congreso de paz en París, simultáneamente a la Exposición Universal de 1855 (que proyectó al mundo la imagen de una Francia moderna y pujante) y al nacimiento de un príncipe heredero del matrimonio de Napoleón III con Eugenia de Montijo (lo que parecía asegurar la sucesión monárquica).

Aquel éxito, completado con el de la guerra de unificación italiana, llevó al emperador a confiar excesivamente en su propio sueño de poderío universal, animándole a un intento de intervención diplomática en la Guerra de Secesión americana (1861-65), a un proyecto de hegemonía francesa sobre América Latina que comenzaría por la instauración en México del régimen imperial de Maximiliano (1864-67) y a la pretensión de obtener compensaciones territoriales en Alemania por la «benévola» neutralidad de Francia en la Guerra Austro-Prusiana (1866); todos esos intentos se saldaron con otros tantos fracasos, que prepararon el descalabro final: dejándose arrastrar por un incidente diplomático sin importancia (el telegrama de Ems, a propósito de la candidatura de un príncipe Hohenzollern al vacante Trono de España), Napoleón III aceptó ir a la guerra contra Prusia en 1870, confiando en su capacidad para frenar la potencia ascendente de la Prusia de Bismarck y el peligro de que condujera a formar un Estado alemán fuerte y unido.

La derrota en la Guerra Franco-Prusiana (1870) fue completa, cayendo incluso el emperador prisionero del ejército prusiano en la batalla de Sedán. Ello provocó el hundimiento del Segundo Imperio frente a las fuerzas republicanas, al tiempo que estallaba en París la Revolución de la Comuna y que Bismarck completaba la unificación del Imperio Alemán (declarada en Versalles en 1871) y arrebataba a Francia las provincias de Alsacia y Lorena.

Una vez puesto en libertad, el ex emperador se refugió en Inglaterra, desde donde siguió proclamando las virtudes del bonapartismo y reclamando sus derechos al Trono, pues nunca abdicó. El controvertido y ambiguo dictador moría tres años después, dejando a la posteridad un modelo de populismo autoritario y modernizador, que sin duda ha inspirado a políticos como el general De Gaulle.

Época de los nacionalismos

Época de los nacionalismos: Europa de 1848 a 1870


* Nacionalismo: doctrina que defiende el derecho a constituir estados que se identifiquen con sus nacionalidades.

Johann Gottfried Herder

Profesor Mario Orellana R. Premio Nacional de Historia 1994. Asesor ciclo Historia Universal



El nacionalismo se convirtió en un factor que dinamizó la vida política del siglo XIX. Sus partidarios defendían el derecho de los pueblos a constituir estados que se identificaran con las nacionalidades; es decir, con los grupos con los cuales compartían elementos comunes, como el idioma, la religión, las costumbres y los intereses. Este movimiento, que había tomado forma durante la dominación napoleónica, se fortaleció después del Congreso de Viena, el que resolvió instaurar un nuevo sistema político–religioso, llamado Santa Alianza y un nuevo mapa europeo que hizo variar las fronteras internas del continente. Esto último planteó una serie de problemas en relación con el principio de las nacionalidades: naciones fragmentadas en múltiples estados, como Italia y Alemania; estados multinacionales, como el Imperio Austriaco, conformado por checos, eslovacos, croatas, polacos, eslovenos, húngaros e italianos, y el Imperio Turco, formado por búlgaros, serbios, albaneses y croatas. Finalmente, nacionalidades sometidas, como en los casos de Irlanda en el Reino Unido, de los alemanes de Schleswig y de los noruegos en Suecia, entre otros.



Después del año 1850, el sentimiento nacionalista consiguió grandes victorias. El más poderoso de ellos, culturalmente, ocurrió en Alemania, donde, coincidiendo con el romanticismo, apareció una generación de intelectuales cuya influencia se extendió por Europa hasta el siglo XX.



Uno de los principales teóricos de esta época fue Johann Gottfried Herder, inspirador de una tendencia conocida como Sturm und Drang (algo parecido a ‘tormenta e impulso’ en alemán), que proponía que toda cultura verdadera debía brotar de raíces propias; es decir, poseer un carácter nacional. Estas ideas fueron recogidas por el filósofo Johann Gottlieb Fichte, quien fue un poco más allá, afirmando que el carácter alemán era más noble que otros. En definitiva, para los intelectuales alemanes el nacionalismo se convirtió en una obsesión.

 




Congreso de Viena 1815

Después de la derrota definitiva de Napoleón, los monarcas absolutos del continente europeo buscaron regresar a la etapa anterior a la Revolución francesa, lo que significó la supresión de las medidas sociales, políticas y económicas dictadas por los ideales revolucionarios del siglo XVIII, principalmente las referentes a las constituciones y al postulado de la soberanía nacional, para dar paso otra vez al poder ilimitado de los reyes, devolver a la nobleza y al clero sus privilegios, reconstruir el mapa de Europa que había sido desfigurado por las conquistas y anexiones ocasionadas por la guerra, y replantear la vida internacional con base en un sistema de seguridad conjunta y equilibrada que no permitiera más revoluciones ni intentos de cualquier país por lograr la hegemonía continental.




El conjunto de estas medidas conocido con el nombre de Restauración, fue un ideario que afectó a la mayoría de los países europeos durante más de 20 años y cuyos principios fueron aprobados en el Congreso de Viena.



La Restauración y la lucha entre liberales y monarquistas: Entre 1814 y 1815, los representantes de las potencias europeas que habían vencido a Napoleón, pretendieron terminar con la situación creada por la Revolución francesa y el Imperio napoleónico, mediante la Restauración de los principios monárquicos del Antiguo Régimen, es decir, del absolutismo.







Reunión del Congreso de Viena donde los representantes de las potencia europeas que vencieron a Napoleón decidieron como ordenar el continente europeo



Estos principios que trataron de implantar por la fuerza y con dificultades, no lograron erradicar los ideales de la Revolución francesa ni frenar los cambios ocasionados por la Revolución Industrial, ya que habían impregnado profundamente la mente y forma de vida de gran parte de la población europea. Principalmente la burguesía no aceptó la vuelta al Antiguo Régimen y en muchos países seguían manteniendo sus reivindicaciones liberales, basadas en el constitucionalismo y la soberanía nacional, en la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, y en la división del Estado en tres poderes independientes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial.



Así, el enfrentamiento de estas dos posturas, la monarquista y la liberal, aunado a la arbitraria división geopolítica de los Estados europeos y la imposición de gobernantes sobre distintos pueblos, ocasionó el resurgimiento de movimientos nacionalistas con tendencias independentistas o unificadoras que, junto con el auge del liberalismo con sus diferentes tendencias moderada y democrática, llevó a Europa a una nueva etapa revolucionaria, la cual comenzó en 1820 y fue adquiriendo más fuerza en los movimientos de 1830 y 1848.



La Restauración



Después de la derrota definitiva de Napoleón, los monarcas absolutos del continente europeo buscaron regresar a la etapa anterior a la Revolución francesa, lo que significó la supresión de las medidas sociales, políticas y económicas dictadas por los ideales revolucionarios del siglo XVIII, principalmente las referentes a las constituciones y al postulado de la soberanía nacional, para dar paso otra vez al poder ilimitado de los reyes, devolver a la nobleza y al clero sus privilegios, reconstruir el mapa de Europa que había sido desfigurado por las conquistas y anexiones ocasionadas por la guerra, y replantear la vida internacional con base en un sistema de seguridad conjunta y equilibrada que no permitiera más revoluciones ni intentos de cualquier país por lograr la hegemonía continental.



El conjunto de estas medidas conocido con el nombre de Restauración, fue un ideario que afectó a la mayoría de los países europeos durante más de 20 años y cuyos principios fueron aprobados en el Congreso de Viena.



El Congreso de Viena



Después de todos los trastornos causados por las guerras napoleónicas, los principales monarcas de Europa se reunieron en Viena bajo la dirección de las potencias vencedoras: Austria, Gran Bretaña, Prusia y Rusia, donde se celebró un Congreso para liquidar los innumerables



problemas internacionales. Estuvieron en el Congreso soberanos reinantes y representantes plenipotenciarios de príncipes o Estados desposeídos que reclamaban la restitución de sus dominios.



El Congreso se inauguró en octubre de 1814, y entre fiestas y recepciones duró hasta el 8 de junio de 1815, cuando se firmó el acta final. Además del zar Alejandro I de Rusia, los personajes más importantes fueron el canciller austriaco Metternich y el ministro de Asuntos Exteriores francés Talleyrand.



Durante las reuniones del Congreso, hubo largas discusiones sobre diferentes temas, entre ellos dos aspectos fueron los más relevantes:



• Establecer los principios teóricos que rigieron el periodo de la Restauración.



• Reorganizar el mapa de Europa.



Principios teóricos de La Restauración



Las grandes potencias definieron en el ámbito de la teoría política los principios para definir el verdadero orden que debía prevalecer en Europa frente a los excesos y desviaciones producidas por la etapa revolucionaria de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Estos principios fueron:



Legitimidad: Sólo tenían derecho a estar en el poder aquellos a los que Dios había elegido por su herencia real, por lo que no importaba si eL gobernante no fuera de La misma nacionalidad que sus súbditos. Esta legitimidad monárquica llevó de regreso al trono a las dinastías reinantes antes de 1789 especialmente a tos Borbones en Francia.



Absolutismo: Al obtener el. monarca su poder de Dios, no debía ser frenado por ninguna Constitución ni el principio de soberanía nacional.



Equilibrio: Fue un principio de inspiración británica que impedía la expansión de una potencia a costa de otros Estados, con la finalidad de evitar conflictos en Europa.



Intervensionismo: Las potencias se comprometían a intervenir en aquellos territorios que, perteneciendo a otra potencia, surgieran movimientos populares que pusieran en peligro los otros principios señalados. Esto condujo a un sistema de alianzas y la realización de congresos.



Congresos: Fueron foros donde se discutieron las formas de resolver los conflictos internacionales y evitar que se empleara el recurso de la guerra para resolver disputas entre naciones. Éste fue un principio que tuvo una enorme repercusión en la diplomacia internacional.



Asistieron al Congreso quince miembros de las familias reales, doscientos príncipes y doscientos dieciséis representantes de misiones oficiales. Durante su celebración se realizaron numerosos festejos, recepciones, bailes, conciertos y banquetes, creando un ambiente frívolo en el que se desarrollaron intrigas políticas y de espionaje.



Los representantes de las pequeñas potencias solo conocieron esta faceta del Congreso, porque las decisiones importantes eran tomadas por exclusivamente por Gran Bretaña, Austria, Rusia y Prusia. Francia pudo influir gracias a la habilidad política de su representante Talleyrand.



El nuevo mapa de Europa



En el aspecto geográfico, las potencias centraron su atención en conformar Estados nacionales más fuertes, con un territorio más extenso y de mayor volumen demográfico, para prevenir cualquier intento expansionista como el que habían experimentado con Francia, que tratara de dominar otra vez Europa.



El mapa continental europeo fue reconstruido como un gran rompecabezas que benefició particularmente a los países antinapoleónicos:



Austria y Rusia se configuraron como las grandes potencias continentales, al lado de Gran Bretaña que consolidó su expansión oceánica, y Prusia que, aun con su territorio dividido, aumentó su poder en la zona del mar Báltico y dentro de la Confederación Germánica recién formada.



Otros aspectos relevantes del mapa geopolítico de 1815 fueron la formación de una barrera para mantener el control de Francia y la creación de naciones artificiales mediante la unión de pueblos diferentes, como por ejemplo los belgas con Holanda, lo cual terminó drásticamente con sus expectativas nacionalistas.



Gran Bretaña



Fue la primera beneficiaria, ya que se le reconoció su rango de primera potencia marítima al asegurar su hegemonía sobre el mar Mediterráneo, mediante el dominio de las posiciones de Malta, las islas Jónicas y Gibraltar, así como de otras bases fuera de Europa, como El Cabo y Ceilán para controlar la ruta de la India y el refuerzo de sus posesiones en las Antillas, para favorecer el comercio americano.



Austria



Logró concentrar su poder en el norte de La Península Itálica al obtener el reino Lombardo-Veneto e imponer príncipes austriacos en los tronos de los ducados de Parma, Módena y Toscana; también consiguió una salida al mar Mediterráneo al iricorporarsé las provincias llíricas. Con las posesiones en Alemania garantizó la intervención de su emperador en tos asuntos de la recién creada Confederación Germánica.



Prusia



Quedó dividida y formó parte de la Confederación Germánica. Recuperó la orilla izquierda del Rin con la anexión de Renania, una zona fronteriza con Francia.



Confederación Germánica



Quedó formada por 39 Estados, de los cuales Prusia y Austria fueron los más poderosos



Rusia



Obtuvo Finlandia antigua posesión sueca, Besarabia y una gran parte de Polonia



Suecia



Perdió Finlandia, pero fue compensada con Noruega. Lo anterior para evitar que Dinamarca controlara tos accesos al mar Báltico.



Francia



Redujeron su territorio y se estableció una barrera con Estados tapón en torno a ella: aL norte el Reino Unido de Los Países Bajos con la incorporación de Bélgica a Holanda; al este con la anexión de Renania a Prusia y la Confederación Suiza, y al sur el reino Piamonte-Cadeña.



Península Itálica



Quedó dividida en siete Estados: al norte los reinos de Piamonte ~ Lombardía-Veneto; al centro tos ducados de Parma, Módena y Toscana, y Los Estados Pontificios; al sur, el reino de Dos Sicilias que devolvieron a los Borbones de Francia.}



Este trabajo de reorganización geopolítica provocó una serie de problemas que mantuvieron un clima de fuerte tensión en la vida de los europeos durante la mayor parte del siglo XIX, entre ellos:



Rivalidades cada vez más acentuadas entre las potencias.



Sometimiento de algunos pueblos como: Irlanda a Inglaterra, Bélgica a



Holanda, Noruega a Suecia, y Polonia a Austria, Prusia y en su mayor parte



a Rusia, sin tomar en cuenta sus intereses y características étnicas y culturales. Esta situación impulsó el desarrollo del sentimiento nacionalista.



Conformación plurinacional de dos imperios:



- Austriaco, donde convivían alemanes, italianos, checos, croatas, eslovenos, y húngaros, entre otros.



- Otomano, integrado por turcos, griegos, búlgaros, servios y albaneses, entre otros.



• División política de los territorios de los pueblos italiano y alemán, los cuales serían las semillas de los futuros movimientos nacionalistas con carácter de unificación.



El acta definitiva del Congreso fue acompañada de otros decretos como los que garantizaban la neutralidad de Suiza y la libre navegación de los ríos de Europa. Los aliados, satisfechos de su labor en los aspectos político y geográfico, establecieron el compromiso de reunirse periódicamente para decidir las medidas necesarias para mantener la paz europea, en caso de que las corrientes revolucionarias volvieran a alterar a Francia y amenazaran la paz de los demás Estados.



En conclusión, el Congreso de Viena fue la primera conferencia de paz moderna; un intento no sólo de resolver todas las cuestiones pendientes en el continente europeo, sino también de preservar la paz sobre una base permanente. Sus procedimientos fijaron la pauta de las futuras conferencias internacionales, que todavía en la actualidad se conservan como medio para establecer acuerdos entre las naciones.



La Santa Alianza



Las reuniones del Congreso de Viena fueron interrumpidas por el regreso de Napoleón a Francia y su Imperio de los Cien Días, y se reanudaron hasta la derrota definitiva de éste en Waterloo. Fue entonces, en el contexto de la Segunda Paz de París, en noviembre de 1815, y antes de que se disolviese el Congreso de Viena, que el zar Alejandro 1 realizó una propuesta particular, crear una Santa Alianza para prevenirse de otra amenaza revolucionaria. Ésta fue pensada como una fuerza solidaria de intervención integrada por tropas de Austria, Prusia y Rusia, con el compromiso de:



• Mantener el orden absolutista en Europa.



• Defender de los principios cristianos.



• Reprimir por medio de la intervención armada, los movimientos liberales y revolucionarios que en cualquier país podían alterar la situación política de la Restauración.



La Santa Alianza fue un acuerdo que principalmente llevó a la práctica el ministro austriaco Metternich.



Otro pacto fue la Cuádruple Alianza, que firmaron Austria, Prusia, Rusia e Inglaterra para vigilar a Francia, durante veinte años, y sostener en el poder al rey francés de la casa de los Borbones, Luis XVIII.



Con estas alianzas, se concretó un sistema de relaciones internacionales que resultó eficaz, al basarse en la llamada “práctica de los Congresos”, mismos que llevaron a cabo periódicamente para vigilar que se respetaran los intereses comunes de la Europa de la Restauración. Durante los Congresos que se desarrollaron entre 1818 y 1822, las discusiones giraron en torno a las medidas a emprender ante las inquietudes y desórdenes de tipo liberal o nacionalista que surgieron y fueron extendiéndose rápidamente.



De esta forma se ensayó por primera vez un sistema de ordenación internacional, con base en el acuerdo de las potencias, el cual, modificado, ha llegado hasta nuestros días. Un sistema basado en el principio de que los problemas que afecten mundialmente serían analizados y las soluciones decididas en forma colectiva por los países más poderosos.



Las potencias de la Restauración



El nuevo orden fue definido por cinco potencias, cuatro de ellas vencedoras de



Napoleón: Gran Bretaña, Rusia, Austria y Prusia, y la misma Francia integrada



en esta alianza internacional por las acciones diplomáticas de su ministro de Asuntos Exteriores, Telleyrand.



Entre las potencias persistieron profundas diferencias en cuanto a los modelos políticos que representaban y a los proyectos internacionales que tenían. Entre ellos se distinguieron tres:



• Parlamentario inglés: El monarca estaba limitado por una cámara representativa.



• Absolutista ruso y austriaco: El monarca no tenía ninguna limitación.



• Carta Otorgada francés: El monarca se auto limitó voluntariamente en el ejercicio de sus funciones, sin abdicar a la plenitud de su soberanía divina. Fue un régimen que pretendió combinar los dos modelos anteriores al mantener el poder real sin debilitarlo y aceptar la consulta a la nación, mediante convocatorias electorales restringidas a los ciudadanos que pudieran pagar las rentas establecidas para ser considerados como candidatos a las Cámaras o como votantes.



En suma la Restauración no fue integral ya que algunos soberanos se vieron obligados a conceder Constituciones, que aunque confirmaban la soberanía real, ésta quedaba limitada a la ley. Además por su eficiencia se mantuvo la administración napoleónica y tampoco fue posible suprimir algunas transformaciones jurídicas, y sociales como la igualdad ante la ley y los impuestos universales con lo que no permitió el regreso de los privilegios de los nobles.



PRINCIPIOS DE LA RESTAURACIÓN EUROPEA:



Las grandes potencias definieron en el ámbito de la teoría política los principios para definir el verdadero orden que debía prevalecer en Europa frente a los excesos y desviaciones producidas por la etapa revolucionaria de finales del siglo XVIII y principios del XIX.



Estos principios fueron:

Legitimidad: Sólo tenían derecho a estar en el poder aquellos a los que Dios había elegido por su herencia real, por lo que no importaba si el gobernante no fuera de la misma nacionalidad que sus súbditos. Esta legitimidad monárquica llevó de regreso al trono a las dinastías reinantes antes de 1789, especialmente a los Borbones en Francia.



Intervensionismo: Las potencias se comprometían a intervenir en aquellos territorios que, perteneciendo a otra potencia, surgieran movimientos populares que pusieran en peligro los otros principios señalados. Esto condujo a un sistema de alianzas y;, la realización de congresos.


Absolutismo: Al obtener el monarca su poder de Dios, no debía! ser frenado por ninguna Constitución ni el principió de soberanía nacional.


Equilibrio: Fue un principio de inspiración británica que impedía la expansión de una potencia a costa de otros Estados, con la finalidad de evitar conflictos en Europa.


Congresos

Fueron foros donde se discutieron las formas de resolver los conflictos internacionales y evitar que se empleara el recurso de la guerra para resolver disputas entre naciones. Éste fue un principio que tuvo una enorme repercusión en la¡¿ diplomacia internacional.